Andar sin fe en la política
Vivir sin convicciones personales, estar vacío de principios morales, no tener la menor empatía por el prójimo, en fin, andar el camino de la vida sin escrúpulos ni ética del trabajo, es el perfil que yo veo en muchas personas de mi comunidad (ciudadanos y gobernantes) hasta el punto de pensar que son la mayoría.
No son personas que aspiran a la trascendencia de un legado familiar fundado sobre el buen nombre y la digna reputación y, cuando logran trascender, lo hacen por el tamaño de sus abusos, delitos y avaricia.
A quienes no los mueve la necesidad de cultivar la fe, sino el materialismo simple y llano que se logra mediante el poder y el dinero obtenidos a costa de medios ilícitos, les da igual tener tal o cual tipo de sociedad y éste u otro modelo de gobierno en tanto ellos sigan medrando en la injusticia.
Me refiero a la fe no sólo como la convicción religiosa que llena el vacío espiritual, sino también como la firme creencia de que con el apego a los valores políticos fundamentales (la tolerancia, la libertad, el equilibrio de poderes y la rendición de cuentas) se logrará el bienestar de todos, no nada más de una reducida élite política y económica.
Si en la arena pública mexicana y en los asuntos de gobierno está ausente la fe en las posibilidades de la acción política honesta y respetuosa de la ley y el interés público, será quizá porque quienes participan en ella (ciudadanos y gobernantes) carecen ellos mismos de fe en la política.
Nadie puede proyectar con sinceridad y convencimiento en los asuntos públicos aquello de lo que carece en lo personal: la falta de una luz interna que lo guíe por los oscuros y accidentados caminos de la existencia en un mundo azaroso y lo haga salir bien librado.
“¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?”, preguntaba Jesucristo a sus discípulos, lo cual me parece una parábola que ilustra uno de los motivos -quizá el fundamental- de la destrucción de la vida pública por la muerte del idealismo y la corrupción sin medida en los gobiernos mexicanos de todos signos y colores.
¿Acaso puede, pregunto yo, un padre o hermano sin fe en la política inculcar a su hijo o hermano la fe en la democracia y los valores liberales en oposición a las tendencias autoritarias y a la corrupción que sufren las administraciones públicas?
Yo no soy nativo digital, pero no comparto del todo la idea de que son la era de internet, las redes sociales y la inteligencia artificial los causantes del vacío espiritual y la pérdida de fe de las personas ante la vida y la política.
Cada cambio de tecnología en la historia de la humanidad ha provocado momentos de incertidumbre que trae el cambio rápido que empuja a una nueva era.
Pero a todo ello han resistido aquellas personas con firmeza espiritual, convicciones racionales y una reserva inquebrantable de fe en las posibilidades del hombre.
Es posible que, como todos los demás, yo diga también en ocasiones que estoy decepcionado de los políticos y los gobiernos, de su corrupción y estulticia, pero jamás diré que he perdido la fe en la política, mucho menos en la vida.
A mis padres y al seno familiar debo la semilla de la fe que me sembraron, la cual, sin embargo, es preciso cultivar a lo largo de la vida: para exigir buenos gobernantes hay que ser primero mejores ciudadanos.
Terminaré con una cita del escritor español Javier Cercas que suscribo por completo: