Cocina regia y vino: un romance que por fin entendimos
Pero algo cambió.
Hoy, la gastronomía regia vive un momento fascinante, los restaurantes están apostando por la creatividad, los chefs están reinterpretando ingredientes locales y, lo más importante, los comensales se han vuelto más curiosos.
El vino ya no es un lujo: es parte de la conversación culinaria.
Restaurantes como Koli, Cara de Vaca, Tatemate, Gallo 71, El Lindero o Sibau entienden que un buen maridaje no es sólo un complemento, sino un lenguaje.
Los vinos — especialmente los mexicanos— están encontrando su lugar en la mesa regiomontana: desde un Cabernet Franc baja californiano que realza un tuétano asado, hasta un Chenin Blanc queretano que suaviza un aguachile de camarón con mango.
Este nuevo romance entre la cocina regia y el vino es una muestra de madurez gastronómica.
Ya no se trata de “parecer sofisticado”, sino de entender sabores, de buscar equilibrio entre lo ahumado, lo salado, lo picante y lo ácido.
Es una relación natural: el norte, con su carácter fuerte, encontró en el vino un compañero que no lo opaca, sino que lo complementa.
Y es que Monterrey ya no quiere comer igual que antes, quiere probar, descubrir, y compartir.
Las cartas de vino se diversifican, los sommeliers se vuelven aliados del servicio y los comensales ya no se asustan cuando escuchan palabras como “Malbec”, “Sauvignon Blanc” o “ensamble”.
Así que sí, podríamos decir que el romance entre el vino y la cocina regia por fin se consolidó.
Y lo mejor es que, como todo buen amor, apenas está comenzando.