El clan del martillito
Paradójicamente, tememos más a la policía y a los militares que al crimen organizado.
Marinos, soldados, tropas de élite, Guardia Nacional y policías multiplicados: demasiada fuerza armada y poca garantía de seguridad.
La presidenta Claudia Sheinbaum enfrenta a generales que, en los hechos, dictan su propia cartilla. Mientras tanto, persiste la sombra del fenómeno político de Andrés Manuel López Obrador, que en su momento acumuló votos como si fuera un emperador moderno del valle de Anáhuac.
¿Dónde quedó la ayudantía que prometía cercanía con el pueblo?
Los cargos se repartieron entre familiares, allegados y conocidos, como si la patria fuera botín. Y el ciudadano común, una vez más, quedó defenestrado.
Enesta realidad, ni la Virgen de Guadalupe ni San Judas parecen suficientes para protegernos de sardos, cuicos y cuerpos de movilidad que operan más como verdugos que como servidores públicos.
Muchos de esos “hampones con placa” provienen de comunidades marcadas por la pobreza extrema.
Reclutados con sueldos que superan a los de un maestro rural, se convierten en parte de un engranaje que sofoca más que protege. Frente a ellos, contrasta la tradición de las normales rurales, como la de Ayotzinapa, donde se forjan jóvenes con una sólida preparación social y política, siempre críticos y desafiantes del sistema.
La corrupción sigue siendo el juego nacional de serpientes y escaleras: se investigan prestanombres, esposas, hijos, parientes y hasta las amantes, mientras el país vive el mes patrio hundido en su propio Mictlán.
El “martillito” de los clanes golpea sin piedad, alimentado por la rueda de la desfortuna que nunca deja de girar.
No es un fenómeno nuevo. La guerra sucia de los años sesenta nos recuerda que estas estructuras vienen de la misma estirpe. Solo hace falta escarbar un poco para encontrar que, detrás de los discursos de cambio, persisten los mismos intereses de siempre.