El fanfarrón de Culiacán
El gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, anunció este domingo que cancelaba la celebración de El Grito y lo dejaría en un acto protocolario en Culiacán, los municipios conurbados y el sur del estado, a cuya difícil decisión llegó, dijo, para garantizar la seguridad y bienestar de la gente.
Hace unos días decía todo lo contrario: las condiciones de seguridad habían mejorado y habría Grito, para no generar la impresión que persistía la inseguridad.
El gobernador desembolsó 16 millones de pesos del erario para los festejos, que incluía la participación de Miguel Bosé, Marisela y El Coyote y su Banda Tierra Santa.
Rocha Moya, haciendo una vez más el ridículo.
Hace una semana, decenas de miles de personas marcharon en Culiacán vestidos de blanco para exigirle paz, justicia y atención a las víctimas de la violencia.
Al día siguiente el gobernador felicitó a quienes marcharon, subrayando que sus pronunciamientos eran prueba de las libertades que había en Sinaloa.
Con todo respeto, como decía quien hoy lo protege, el presidente emérito Andrés Manuel López Obrador, fue una sandez lo que dijo.
No necesita haber libertades para que la gente, desesperada, salga a las calles a pronunciar su insatisfacción con el estado de cosas, hay manifestaciones en regímenes totalitarios y autócratas, donde la exasperación hace tomar riesgos a las personas.
En Culiacán y otros municipios, la desesperanza y el enojo con la autoridad no es contra el sometimiento de un régimen, sino al de las facciones del Cártel de Sinaloa, los chapitos y la mayiza, que se encuentran en guerra desde hace poco más de un año, ante la incapacidad del gobierno federal de contenerla, y frente a la mirada de Rocha Moya, una autoridad incompetente, que no es más que un zombie que en términos de gobernanza, es un cero a la izquierda.
Hace un año, después de que canceló los festejos de El Grito por la inseguridad y la violencia, López Obrador dijo que las noticias sobre Sinaloa estaban “envueltas en una propaganda de mentiras de sensacionalismos de alarma para inducir miedo a la población… promovido por nuestros adversarios, los periódicos vendidos o alquilados al conservadurismo, y las redes sociales”.
Días después, su mal eco, Rocha Moya, dijo, palabras más, palabras menos, lo mismo.
La narrativa de culpar todo a adversarios y críticos al régimen colapsó frente a la realidad, desde que estalló la guerra interna en el Cártel de Sinaloa, más de mil 800 personas han sido asesinadas, alrededor de mil 900 están desaparecidas, y han cerrado más de siete mil negocios, produciendo la pérdida de 36 mil empleos que junto con la caída en el turismo, las pérdidas económicas rebasan los 122 mil millones de pesos.
Ningún estado ha sufrido tanto como Sinaloa, ni tampoco ningún otro gobierno estatal ha tenido una relación tan pública con una organización criminal como la tuvo Rocha Moya con el Cártel de Sinaloa, como reveló tras su captura Ismael El Mayo Zambada, el jefe histórico del grupo delincuencial.
La detención en Estados Unidos de Zambada inició esa guerra al romper la estabilidad en Sinaloa, pero no hay que confundirse.
Esa estabilidad no era normal; era criminal. Que fueran los narcotraficantes quienes proveyeran la gobernabilidad, no era un alivio, como sugería López Obrador cuando acusó a Estados Unidos por arrestar a Zambada.
Que tuvo como política promover la pax narca en todo el país, que terminó entregándoles territorios y facilitando su desdoblamiento en nuevos negocios criminales que suplantaron al Estado mexicano, como el cobro de impuestos -que es el pago de piso y la extorsión-, o manejando mercados -como los alimentarios- y regulando las exportaciones -como aguacates, limones y metales-.
López Obrador traicionó a la Patria al entregarle a los cárteles de las drogas el control de muchas zonas del país, y en Sinaloa tuvo en Rocha Moya una extensión de su política.
El segundo piso del obradorismo, encabezado por la presidenta Claudia Sheinbaum, jamás actuará contra su mentor por el daño a la nación, pero tampoco puede actuar contra Rocha Moya, pese a que desde que llegó a Palacio Nacional ha querido moverlo.
Incluso, hubo instrucciones a principios de año para que una senadora comenzara a moverse de manera más consistente, con lo que perfilaba un eventual relevo, si el Congreso local, iniciaba un juicio político contra el gobernador y lo desaforaba.
Le perdonó la vida política a Rocha Moya y lo ha estado blindando jurídicamente para que no vaya a la cárcel.
La Fiscalía General no le abrió una investigación a partir de la carta que publicó Zambada donde lo imputa en agosto del año pasado, pese a que sí lo hizo sobre otros fragmentos del documento, referidos al asesinato del diputado federal, enemigo político del gobernador, Héctor Melesio Cuén.
La protección política que hay en Palacio Nacional sobre Rocha Moya no se explica si no se incrusta el factor López Obrador, que lo ha respaldado sin dar tregua ante la presidenta.
Sheinbaum ha aceptado hacerlo, como lo ha intentado hacer con otras figuras del régimen en problemas, bajo la misma lógica de la impunidad que ofrecía el expresidente a los suyos: removerlos del cargo o castigarlos, era aceptar que se había equivocado y daría municiones a la oposición y a sus críticos para atacarlo.
La presidenta piensa lo mismo.
Pero en el caso de la guerra en Culiacán, va perdiendo la batalla.
El secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, decía hace poco más de un año que si no pacificaban Sinaloa, la estrategia de seguridad habría fracasado.
En este país con una memoria histórica de 72 horas, aquello no se recuerda y se siguen buscando salidas, martillando hasta el cansancio el pasado para justificar la incapacidad para resolver un conflicto que inició por la omisión -por pensar lo mejor posible- de López Obrador, que entregó al crimen organizado buena parte del país, como lo pueden atestiguar miles de mexicanos que lo sufren o que son víctimas de los desplazamientos provocados por la inseguridad.
El regreso a la paz y la seguridad en Sinaloa no se ve en el horizonte. El relevo de Rocha Moya, cuando menos como administración de expectativas, tampoco.