Encuestas, terremoto inevitable
Ladrillos y una pared completa cayeron sobre mi cama. Los muros crujieron y se cuartearon. Eran las 7:19 de la mañana del 19 de septiembre de 1985. Dos minutos bastaron para demoler una megalópolis.
Mi departamento, ubicado en la calle Heródoto, colonia Anzures quedó averiado, pero permaneció erguido.
La réplica del día siguiente tampoco derrumbó al edificio. Es fecha que sigue herido, pero con el firme orgullo del superviviente.
Por azares del destino, un día antes del terremoto, viajé a Monterrey para pasar unos días con la familia.
Ese capricho vacacional me salvó la vida. Pude ser aplastado por los escombros. Aun así, a casi mil kilómetros de distancia, el sismo zarandeó mis aspiraciones.
Televisa.
En aquel tiempo, trabajaba en el Instituto de Investigación de la Comunicación, A.C, filial de Televisa que registraba ratings y estudios para medir el impacto de la televisión en la sociedad. Ahí descubrí labelleza de las encuestas.
Fue fascinante convivir con gente especializada en estadística, metodología, ciencias sociales, producción de televisión.
Y pese a que era feliz viviendo y trabajando en la capital del país, la tragedia sísmica pesó tanto que decidí no regresar a la Ciudad de los Palacios.
Estaba desempleado, a una edad que me quería comer el mundo a pellizcos.
Si bien mi romance con las encuestas era real, no les veía posibilidades en Monterrey, salvo en las universidades, y en ese momento no se me antojaba un trabajo académico.
Buscaba efervescencia, retos, adrenalina. De pronto, se me prendió el foco.
Como estudié Comunicación, decidí coquetear también con el periodismo. A la semana siguiente del temblor, me apersoné, sin cita, en el periódico El Norte; pregunté por Ramón Alberto Garza, el director editorial. No lo conocía, pero no tenía nada qué perder.
Hice antesala tres días, mientras observaba el bullicio de la Redacción.
Finalmente, Ramón Alberto me recibió. Le expliqué que hacía ratings y encuestas para Televisa, que me aterrorizaban los terremotos, que deseaba regresarme a Monterrey y trabajar en El Norte.
Con toda mi bizarría le propuse armar un área de investigación para vincular las encuestas con el periodismo.
Sin pestañear, me contrató en ese momento y me ofreció el doble de sueldo del que ganaba. Empecé con el pie derecho.
Las encuestas hicieron eco en el periodismo local, nacional y allende las fronteras.
La comunidad se fue familiarizando poco a poco con estas mediciones, los servidores públicos también, aunque algunos las repudiaban, pues no podían creer que la ciudadanía fuera tan cruel al evaluarlos.
Miguel Basáñez.
Un par de años después, Miguel Basáñez, reconocido estudioso de la opinión pública, catedrático y diplomático mexicano, me buscó para entrevistarse conmigo personalmente.
Llegó a Monterrey en un vuelo temprano y se regresó el mismo día, sólo quería conocer, de viva voz, nuestro modus operandi.
Lo invité a desayunar al Hotel Ancira un machacado con huevo.
Entre taco y taco, Miguel estaba sorprendido de que “un periódico de provincia” (sic), publicara encuestas con tanta frecuencia y apegadas a la metodología.
“Hay presupuesto y libertad para publicar lo que manifieste la opinión pública”, le dije.
Luego del desayuno, nos dirigimos a las oficinas de la calle Washington para mostrarle la Redacción y el área de investigación.
Miguel estaba abrumado al corroborar que hacíamos encuestas de acuerdo a parámetros internacionales para el buen uso de la investigación.
Pionero.
Me aseguró que yo era un pionero que estaba haciendo historia, pues ningún periódico en América Latina tenía un investigador de cabecera.
Aún agradezco con humildad el piropo. Me quedé atónito, pues ignoraba la dimensión profesional en la que me encontraba.
Gracias a los consejos y reflexiones de Miguel, me adentré más en el mundo de la demoscopía y, animado por él, me afilié como miembro vitalicio de la Asociación Mundial para la Investigación de la Opinión Pública (WAPOR, por sus siglas en inglés).
Realicé cientos de investigaciones para todas las secciones de El Norte.
Incluso, mediciones de carácter interno como evaluar la factibilidad de lanzar un nuevo periódico en la capital del país, lo que hoy es Reforma.
Aunque El Norte estaba viviendo una “época de oro”, yo necesitaba independizarme para seguir creciendo.
Estuve ahí el tiempo suficiente; hice escuela y dejé un legado a mis discípulos para que siguieran los pasos metodológicos y el código de ética que se estableció desde un principio.
Luego de independizarme para dirigir Código Meza y atender la demanda demoscópica de los sectores público y privado, algunos medios me pidieron que les ayudara a instrumentar y echar a andar sus departamentos de investigación:
- Semanario Z de Tijuana.
- AM de León Guanajuato.
- Vanguardia de Saltillo.
- El Mañana de Reynosa.
- unomásuno.
- TV Azteca México.
- Y Televisa Monterrey, donde estuve cinco años dando a conocer, semanalmente, el sentir de los regiomontanos sobre diversos temas.
Después de 40 años, veo que las encuestas electorales en México, siguen siendo un terremoto que mueve las conciencias de una sociedad, un cisma que zangolotea a los partidos políticos y a sus candidatos.
Si convienen, las bendicen; si perjudican, las maldicen. ¿Ignorarlas? Jamás.