Judith: La unidad
En las primeras filas, la composición es más compleja: los políticos, alcaldes, funcionarios, empresarios y amigos que conocen a la mujer detrás del cargo.
En el escenario, sus compañeros legisladores, diputados y senadores.
Y en distintos puntos del foro, siempre en el radar afectuoso de la protagonista, sus hijos, nietos y familiares.
“Ellos son mi motor diario”, dijo la senadora Judith Díaz.
Así, la Senadora por Nuevo León presenta su Informe de Actividades Legislativas.
No solo cobijada, sino arropada y legitimada, principalmente por sus correligionarios de Morena.
Un partido que, pese a sus diferencias eternas —ese galimatías político que solo la 4T parece saber administrar—, hoy se reúne alrededor de su figura.
Un liderazgo que incluso convoca a personajes de otros partidos, en un movimiento que huele a reacomodo de placas tectónicas.
Y es que, en la política de Nuevo León, lo imposible es la norma.
Ahí estaba el alcalde al que la senadora llama amigo: Adrián de la Garza, Presidente Municipal de Monterrey.
Un priista impulsado por la alianza PAN-PRI y con aspiraciones abiertas a la gubernatura.
Su presencia cayó como un trueno sordo: ningún alcalde o diputado del PAN asistió, y Movimiento Ciudadano —en el poder estatal— brilló por su ausencia.
La imagen era extraña: un priista rodeado por morenistas en una escena que parecía adelantar un futuro inesperado.
- ¿Un PAN aliado con MC contra él?
- ¿Un priista buscando refugio —o candidatura— en Morena?
- Mientras tanto, los propios precandidatos de Morena buscaban abrazar la unidad que la senadora marcaba con su discurso.
Judith Díaz habló de unidad, pero no solo partidista: de la unidad de los neoloneses, de la necesidad de sumar Federación, Estado y Municipio en favor de la gente.
Un mensaje que, dicho desde el escenario, parecía envolver al auditorio como un recordatorio de la identidad que sostiene.
En un giro íntimo, evocó la grandeza del Estado y de sus generaciones trabajadoras.
Fue un homenaje al pasado y a la estirpe regiomontana; qué construyo esta gran metrópoli.
Y entonces llegó el golpe certero: denunció la riqueza repentina de “los nuevos políticos” que salen del cargo con fortunas inexplicables.
La sala explotó en aplausos.
No eran aplausos políticos, sino algo más profundo: un reconocimiento visceral de una verdad que pesa.
El discurso llegaba a su final, y algo cambió en el aire.
Como si una chispa hubiera encontrado la mecha correcta, la energía acumulada en el público se encendió.
El coro estalló: ¡Gobernadora! ¡Gobernadora! ¡Gobernadora!
Ahí, ante los demás políticos, el público la “candidató” sin pedir permiso ni esperar tiempos oficiales.
La senadora, buscó con la mirada a sus hijos y nietos.
Y al encontrarlos, algo en su rostro se ablandó.
