La constancia número dos
Tendido. A un lado del féretro está el abuelo. En el salón de actos solemne se velan los restos mortales de Benjamín Salinas Westrup.
No se da el pésame. Se trasciende. Une el espíritu con la naturaleza y el cosmos. Con la sabiduría eterna e infinita.
Nuestro abuelo poco hablaba de su hermandad. Ser masón va más allá del saludo secreto, de los grados de aprendizaje e incluso de los ritos, sin el irlandés, el francés o la versión mexicana.
Para Don Agustín Salas la formalidad, aún en privaciones y en momentos de poca bonanza financiera, lo fue todo.
Participar en la logia masónica le requirió de fortaleza espiritual, de temple como ejemplo con su familia e hijos.
Benjamín Salinas Westrup lo apadrinó. La imagen del tendido es poderosa, hasta cierto parentesco lúgubre y delicado.
La constancia número dos en Nuevo León tiene larga historia. Muchos de los gobernadores, diputados, senadores y incluso industriales, pertenecieron a ese templo.
Siempre cuidaron sus utensilios, como supongo Salomón, el rey sabio de los hebreos, lo hizo con la construcción del templo en Jerusalén.
Los detalles de las paredes, de los recubrimientos hasta de la hechura de los uniformes, no pasa desapercibido por la elegancia, sobriedad y decencia.
Natanael Cano, chamaco imberbe y desconocedor, falto de inteligencia, soberbio hasta el grado de mencionarse como el mejor compositor actual del país, en alguna mente alterada por substancias de la calle, ha utilizado gran parte del mobiliario, las instalaciones de la logia masónica de Nuevo León.
Trepado como mono, en el techo, ha demostrado, una vez más, el detalle ínfimo de una generación desechable. Lacerar la historia y despreciar el contexto.
La masonería, la del saludo discreto y de palabras al oído, está por encima de las burlas de un pseudo artista. Incluso de quienes permitieron, les prestaron o rentaron sus mandiles.