La crisis de época: la contradicción esencial entre humanidad y economía de consumo
“Las grandes crisis antropológicas derivadas del paso de la Modernidad hacia la Artificialidad son ocho y nos están afectando profundamente, de soledad, de identidad, de atención, de sentido, de esperanza, de ética, de confianza y de odio.
Cada una de ellas explica la circunstancia de fondo que estamos viviendo, cada una explica algunos de los fenómenos que vemos en la sociedad actual como el crecimiento de la decepción en los sistemas políticos, la polarización y el aumento de la violencia y la falta de rumbo.
En los últimos 35 años hemos cambiado (perdido) más que en los anteriores 300”. ( Lozano Diez, J.A, 2025)
La crisis que enfrentamos hoy no es una simple acumulación de problemas, sino una crisis de época, el colapso del paradigma de progreso que ha guiado a la sociedad contemporánea.
Su esencia radica en el descubrimiento de una contradicción esencial y autodestructiva entre la lógica de la economía de consumo y las necesidades fundamentales de la vida social y la humanidad misma.
El Progreso Como Acumulación Insostenible
El motor de nuestra civilización ha sido la búsqueda incesante del crecimiento cuantitativo y la maximización individual, esta premisa se ha revelado como insostenible en un mundo de límites.
El economista ecológico Nicholas Georgescu-Roegen, precursor del concepto de decrecimiento, demostró que la aplicación de la Ley de la Entropía a la economía implica que el crecimiento perpetuo es imposible en un planeta finito, cada proceso económico consume recursos valiosos (baja entropía) y genera desechos (alta entropía).
El intento de mantener este crecimiento choca de frente con la sostenibilidad y genera una atrofia social.
El progreso se convierte, paradójicamente, en causa de escasez.
La Identidad Humana en la Sociedad de Consumidores
Esta lógica se filtra y redefine la experiencia humana, convirtiendo al ciudadano en un sujeto instrumental.
El sociólogo Zygmunt Bauman analizó el paso de la "sociedad de productores" a la "sociedad de consumidores", donde la identidad ya no se construye a través del trabajo o la pertenencia comunitaria, sino mediante la compra y el desecho constante.
Esta fluidez, característica de su modernidad líquida, disuelve los lazos sociales duraderos, dejando al individuo en una constante y solitaria búsqueda de estatus.
Esta búsqueda es, en sí misma, una trampa. Como postuló Jean Baudrillard, el consumo contemporáneo no se trata de satisfacer necesidades, sino de manipular sistemas de signos.
El sujeto consume para diferenciarse, para establecer un lenguaje de estatus social, entrando en una carrera de distinción que nunca termina, vaciando de sentido a la propia interacción humana.
Esta integración total del individuo en la lógica mercantil fue ya advertida por Herbert Marcuse en su concepto del hombre unidimensional, donde la tecnología y el consumo cooptan cualquier potencial de crítica o de libertad genuina.
La Falacia del Progreso y la Renta Universal
Lo que hoy se llama progreso es, en esencia, pragmatismo utilitario desvinculado de un proyecto humanista civilizatorio, la Falacia del Progreso se manifiesta desde el momento en que el sistema, incapaz de integrar al ser humano como productor, debe contemplar la Renta Básica Universal (RBU) no como un acto de justicia social, sino como una frágil medida de sostenimiento de la demanda.
El solo hecho de que la RBU sea necesaria para mantener el sistema de consumo ante la automatización es la evidencia más clara de que el progreso ha fallado en su promesa de liberación, quedando reducido a una estrategia para sostener el statu quo.
Esta fragilidad se verifica con evidencia empírica en la escala global, incluso en países de alta estabilidad, como es el caso de Suiza, la crisis de accesibilidad a la vivienda es un síntoma irrefutable de la Falacia del Progreso.
La burbuja de precios del suelo ha escalado hasta un punto en que gobiernos cantonales se ven obligados a invertir ingentes recursos para ofertar viviendas asequibles a sus propios ciudadanos.
Este fenómeno demuestra que la imposibilidad de las nuevas generaciones para acceder a condiciones básicas de vida no es una anomalía marginal, sino un síntoma global de un sistema que prioriza la rentabilidad del capital (el suelo como activo especulativo) por encima de la reproducción de la vida humana (la vivienda como derecho fundamental).
La intervención estatal en la cuna de la estabilidad financiera es, en sí misma, la prueba de que el sistema ha fallado en su función básica de sostener el bienestar de su población.
La Contradicción de la Salud y el Envejecimiento
Otro fenómeno crítico del agotamiento del modelo se encuentra en la salud, pese a los avances tecnológicos y científicos sin precedentes, el modelo económico es incapaz de extender los beneficios y la vanguardia tecnológica del cuidado de la salud a todos los estratos de población, incluso en los países más avanzados.
Vivimos mas años pero no somos mas sanos.
La confrontación con las crecientes tendencias de envejecimiento poblacional agrava esta contradicción, el incremento de la longevidad, que debería celebrarse como el triunfo del progreso, se convierte en una amenaza financiera para los sistemas de seguridad social.
El capital como es natural siempre ha priorizado la innovación médica con alto retorno económico (tratamientos de nicho o enfermedades crónicas rentables) por encima de la salud pública preventiva o el cuidado universal de las personas mayores.
La tecnología, instrumentalizada por la rentabilidad, genera una desigualdad ante la enfermedad y la muerte, donde el progreso biomédico se vuelve un lujo inasequible, evidenciando que la civilización humanista ha sido eclipsada por el pragmatismo utilitario.
El Alcance de la Crítica: Más Allá de la Colectivización Total
Es fundamental diferenciar esta crítica de una mera extensión de la visión marxista del valor de uso y valor de cambio, la crítica aquí esbozada no se centra únicamente en la abstracción económica de la mercancía, sino en la destrucción del sentido social y la esfera pública.
En este sentido, la propuesta de redefinición de progreso no aboga por la colectivización total y la abolición de la singularidad humana.
Por el contrario, se trata de proteger la libertad y la expresión singular de cada individuo, asegurando que su florecimiento no dependa del acaparamiento de recursos o de la destrucción de las condiciones sistémicas que hacen posible la vida para el resto.
La preeminencia del ser humano y su singularidad se afirma, pero condicionada por la responsabilidad ecológica y la resiliencia colectiva.
Un ejemplo, La Paradoja Urbana y la Destrucción del Espacio Común
La contradicción se cristaliza en la dimensión física y espacial de nuestras vidas, la ciudad, diseñada bajo la primacía de la acumulación (como lo analizó David Harvey), prioriza la movilidad individual rápida y la densidad para la ganancia.
Esto da lugar a la Paradoja de Braess, un concepto matemático que ilustra el fracaso de la maximización individual, cuando se añade capacidad a una red de tráfico (el progreso individual de moverse más rápido), el rendimiento global del sistema empeora para todos.
El "progreso" del vehículo individual destruye el tejido social, transformando la calle de un espacio social a un mero canal de tráfico, tal como documentó Donald Appleyard.
La acumulación de éxitos individuales resulta en el deterioro irreversible de las condiciones de vida colectivas.
La Obsolescencia Moral y la Geopolítica del Riesgo
La cúspide de esta crisis de época reside en el riesgo moral que subyace a la obsolescencia planeada, este mecanismo no solo garantiza el rendimiento del capital mediante el reemplazo de productos, sino que, en su escala global, perfila la obsolescencia de la vida social misma, estratificando al mundo en tres grandes grupos de naciones:
- Naciones Adaptadas a la Artificialidad: Aquellas con la capacidad de sumergirse en la tecnologización acelerada. Su "progreso" se enfoca en la construcción constante de casos de uso sin sentido de mejora real, consumiendo símbolos y eficiencia vacía (Baudrillard) mientras sus fundamentos sociales se atrofian.
- Naciones con Asimetría Doméstica : Logran adoptar selectivamente la tecnología, pero carecen de la capacidad de dispersar ese conocimiento y sus beneficios a toda la población. La tecnología, en lugar de ser un ecualizador, agudiza las asimetrías internas, creando abismos de desigualdad que garantizan la inestabilidad social.
- Naciones Marginales y la Extinción Social: Regiones como Haití, o países con asimetrías agudas e insuperables, son esencialmente condenadas a la obsolescencia social. Su pobreza extrema, violencia endémica y falta de capacidad de adaptación las deja fuera de la ecuación del crecimiento, señalando su paulatina extinción como entidades viables dentro del sistema global.
La crisis es, en este sentido, una crisis ética global, donde la rentabilidad se obtiene aceptando tácitamente la condena de poblaciones enteras a la irrelevancia o al colapso, un acto de negligencia moral a escala planetaria.
El Desafío del Valor Colectivo
La crisis de época nos obliga a enfrentar que la lógica de la economía de consumo —basada en la acumulación ilimitada y el valor instrumental del ser humano— ha entrado en conflicto terminal con la humanidad —que se basa en el valor intrínseco, la cooperación y la reproducción del bienestar colectivo—.
La tarea de esta época es, por lo tanto, construir un nuevo concepto de progreso.
Este nuevo destino no puede medirse por la cantidad de bienes producidos, sino por la calidad de vida colectiva, la cohesión social y la resiliencia ecológica.