Nuestras manos manchadas de sangre
Ya nos fastidió el llanto del infante.
En la fila del supermercado interminable.
Sus padres le ofrecen el placebo.
Le pasan el dispositivo móvil o la tablet.
Con eso el berrinche o la inconformidad se va de lado.
Con la conciencia cauterizada, adormilamos sus conciencias.
Les sacamos de nuestras vidas.
Los convertimos en autómatas de la tecnología.
Sus exigencias para los cumpleaños, navidades y días de reyes van en exabytes.
A mayor resolución, velocidad y descarga, nuestros hijos ya no toleran ningún objeto de gama baja.
Todos deben estar actualizados.
Por encima incluso ya del idílico 6G solo disponible en algunas plataformas y en China.
Fuera de nuestra Matrix, la siguiente generación de usuarios sigue a las personas desechables.
A las de vida escandalosa y sucia.
Con la inteligencia artificial se puede tomar el rostro de un infante y darle características sexuales, aun por encima de las reales.
Sucede en el bulín.
Hemos encontrado rastros de mensajes infames.
Enlodan la buena reputación y las convierten en personas desnudas.
El aceptar la culpabilidad del magnate Zuckerberg, frente a muchos de quienes determinaron cortar con sus vidas, incluso menores a los 13 años, es la llamada de atención de un iceberg tan doloroso y extendido.
Reconocer en cada familia, al principio de la fila o en los automóviles, cuando les pasan sus dispositivos móviles, les estamos entregando una 38 super cargada.
Cada click es un proyectil dando información de sus gustos, preferencias y de cada movimiento ocular.
Tenemos manchadas las manos de sangre.
Social e irresponsables.
Eso sí.
Apapachando toda una tribu de suicidas.