Periodismo y periodistas: La crisis de contenidos

Alberto Martínez DETONA: Lo importante es que dejemos de ser los tontos útiles que tanto necesita la actual élite gobernante.

Hace unos días, el periódico New York Times, en su edición internacional en español, publicó un artículo sobre la crisis por la cual atraviesa el oficio del periodista, que va desde cierres y despidos masivos, poniendo el futuro cada vez más sombrío para el negocio periodístico.

Desde hace algunos años, la digitalización y la irrupción de las redes sociales se han conformado como dos variables sin las cuales se puede entender el periodismo hoy día, sea desde su aspecto económico, desde su necesidad y de los retos que impone generar conocimiento y procesar datos. 

Edmund Burke, escritor y filósofo irlandés, destacó la importancia del periodismo como un ladrillo indispensable en la generación de conocimiento público, es decir, del periodismo como una herramienta que permitiera compartir información de utilidad común y que facilitara a la sociedad reflexionar sobre su acontecer.

En este sentido, el New York Times señalaba la crisis laboral que atraviesa el periodismo a nivel global, derivado de la crisis financiera de los medios de comunicación, quienes ante la falta de recursos financieros para continuar la creación de contenidos y la divulgación de información, se han visto obligados a recortes de personal.

Lo anterior cobra especial relevancia, ya que la inteligencia artificial se ha encargado de sustituir algunas tareas de la redacción periodística, escribiendo notas generales principalmente en las secciones de negocios y economía.

Lo que se viene este año

El año 2024 es un año de elecciones; y frente a la infodemia, estarán las noticias falsas, la posverdad, por lo cual el trabajo periodístico cobra mayor relevancia e importancia, sobre todo considerando que tenemos una sociedad ávida de consumo continuo y permanente de información, donde la tarea supone la selección antes que la búsqueda de esta información.

En este sentido, recientemente en las páginas del diario Reforma han aparecido tres artículos donde se desnuda la crisis de los opinadores.

Por un lado, Jorge Volpi en su columna del pasado 20 de enero titulado “Consigna”, se rebela y expone el mismo como una variante de esos personajes de la novela de Samuel Beckett Esperando a Godot, donde Godot es la izquierda progresista y científica que dilata su llegada; tal vez este sexenio que se ha traicionado no llega, pero seguramente el 3 de junio sí llegará.

Por otro lado, Jesús Silva Herzog, quien se ha destacado en los últimos años por su empeño en discernir, identificar y asomar los nuevos asideros de la comprensión sobre los derroteros de la vida pública y política, cae en el mismo autoengaño al tratar de descubrir cuáles son los arcanos que oculta Claudia Sheinbaum y que la presentarán como la figura política relevante en un muy probable triunfo el próximo 2 de junio.

En este sentido, ambos personajes representan, en mayor o menor medida, la inocencia o ingenuidad de una sociedad completa, cuando Silva Herzog se pregunta si el probable gobierno de la candidata de Morena tendrá el sello de la radicalización que busca consolidar la ruta del movimiento transformador o elegirá el viraje pragmático; obvian la historia pública y la principal característica de esta actriz en el escenario nacional, la disciplina.

Claudia Sheinbaum (a quien conocí en el movimiento estudiantil de 1997, siendo yo un estudiante de recién ingreso al CCH), apareció en el escenario político de los dosmiles cuando el entonces Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, el hoy presidente Andrés Manuel López Obrador, fue elegido gobernante de la Ciudad de México y la nombró titular de la Secretaría del Medio Ambiente.

Pocos recuerdan que, no obstante su trayectoria científica dedicada al cambio climático y defensa ambiental, coordinó las obras emblemáticas de dicha gestión: los segundos pisos del periférico, obras de movilidad que privilegiaron el uso del automóvil y cuyos contratos fueron determinados como información que no era de carácter e interés público.

La disciplina, que no es una cualidad menor, ha sido determinante en la trayectoria pública de la candidata de Morena.

La disciplina, no como la sumisión por aquello de advertir sobre la misoginia o el sexismo, sino como la convicción y el convencimiento de una ruta y estrategia determinada, la cual hay que preservar y mantener.

La disciplina de la candidata esconde, a la vista de todos, el talante de su gobierno.

Volpi o Silva Herzog anidan la esperanza (¿ingenuidad?) de que la candidata corregirá el rumbo, renunciando a las evidencias incontrovertibles de que Claudia continuará la ruta del Presidente: no corregirá ni reparará lo ya realizado, por el contrario, buscará beneficiarse del agotamiento al cual han sido sometidos los contra pesos.

En ese sentido, Claudia elegirá la radicalización pragmática: "Si el modelo no está roto, ¿para qué cambiarlo?", reza un dicho estadounidense.

Por el contrario, si la conducta pública es aplaudida y sobre todo goza de energía, ¿para qué se modificaría? Ser caja de resonancia y cambiar la voz de la estridencia son el vehículo idóneo para continuar deformando nuestro país.

Aspirar a mejores modelos de convivencia supone renunciar a la arrogancia, reclama humildad y sobre todo trabajo, compromiso con el entorno inmediato, y en la medida de lo posible, aportar en favor del beneficio común, sea desde la acción directa o desde la reflexión.

Lo importante es que dejemos de ser los tontos útiles que tanto necesita la actual élite gobernante.
Alberto Martínez Romero

Licenciado en Periodismo y Comunicación Colectiva por la UNAM. Tiene un MBA por la Universidad Tec Milenio y cuenta con dos especialidades, en Mercadotecnia y en periodismo de investigación por el Tec de Monterrey. Tiene diversas diplomaturas en Habilidades Gerenciales por la Universidad Iberoamericana y se ha especializado en Relaciones Públicas y Atención de Crisis en Comunicación. Ha sido reportero y editor en medios como Reforma y El Universal. Fue corresponsal en Centroamérica para Reforma y Notimex. Colaboró en la realización del libro “La Huelga del Fin del Mundo”, de Hortensia Moreno y Carlos Amador, primer libro que se escribió sobre la huelga estudiantil de 10 meses en la UNAM en 1999.