¡Que ya lo superen!
1.
Desde hace 10 años, antes inclusive de lo sucedido en Ayotzinapa, celebro una misa en la Catedral el último lunes de cada mes por personas desparecidas y secuestradas, y por sus familias y amistades. No es una misa exclusiva y se aceptan otras intenciones.
En la homilía, casi siempre basada en el evangelio de ese día, hago siempre una referencia, a veces breve y en ocasiones más extensa, dependiendo de la coyuntura, a la causa por la que siguen luchando muchas mamás y hermanas, esposas y novias -pocos varones-, y que no se dan por vencidas ni resignadas.
Quieren encontrar a sus parientes con vida.
2.
No obstante la pandemia, la celebración mensual continúa, aunque por lo regular vienen pocas personas, dos o tres decenas, pero cuando hay algún aniversario son más. Colocamos en el presbiterio un cuadro con la imagen de San Oscar Arnulfo Romero, y los asistentes tapizan con retratos de sus cercanos y consignas -¡”vivos se los llevaron, vivos los queremos de vuelta”!- las escalinatas que conducen al altar.
Un coro acompaña con sus cantos la celebración eucarística, y al final hacemos una oración por el retorno de los arrancados de sus familias, y rocío con agua bendita a los asistentes.
3.
Pero este pasado lunes alguien quiso modificar tal protocolo.
A media tarde, se presentó en mi oficina una señora, quien dijo haber asistido en alguna ocasión a este memorial. Me solicitaba -dijo que con todo respeto aunque poco a poco lo fue perdiendo- por esta ocasión prescindir de la intención, la mención en el sermón, las fotos y pancartas, la alusión a San Romero de América, en pocas palabras, a concentrarme en rezar por su papá, quien acababa de fallecer.
“Como hoy iniciamos el triduo de misas -explicó-, no quiero que haya otra petición más que por él”.
4.
Le comenté que eso no era posible, y traté de hacerle comprender el sentido comunitario de los sacramentos, enfatizado desde el Concilio Vaticano II. La invité a ser más generosa -no le quise decir menos egoísta- en su oración y a considerar que Dios nos oye a todos por igual.
Le sugerí que también ella acercara la fotografía de su esposo. Le pedí que uniera su dolor al de esas personas, quienes ni siquiera han podido sepultar a sus seres queridos, cosa que sí había logrado ella.
Fue inútil. Se molestó, amenzó con denunciarme en redes sociales y remató con un: “¡Que ya lo superen! ¡Ya están muertos!”.
5.
El caso de esta dama no es aislado y, sin bien no han pronunciado esas frases, las autoridades parecen opinar lo mismo que ella.
La reciente denuncia del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes confirma lo que se ha venido sospechando desde el inicio del caso Ayotzinapa, en el que desaparecieron 43 jóvenes normalistas: pese a que se han detenido a funcionarios de pasadas administraciones, civiles y militares, la documentación entregada, sobre todo por parte de las fuerzas armadas, es parcial y corrobora la existencia de otros importantes informes.
6.
El mismo presidente de la República ha sido cuestionado por los papás de los desaparecidos, insistiendo en que no quiere o no puede dar pasos decididos a la solución del problema.
Más allá de complicidades y motivos desconocidos, esperar que se supere este tema, casi por arte de magia, manifiesta una insensibilidad, una falta de empatía no propias de personas religiosas y de gobernantes que se dicen de izquierda.
Y no. No lo superarán porque tienen derecho a saber el paredero de sus familiares, porque este gobierno y esta sociedad están en deuda con ellas, porque esas pérdidas nunca se superan.
7.
Cierre icónico.
Este martes pasado inició en Lisboa, Portugal, la Jornada Mundial de la Juventud 2023, con la presencia del Papa Francisco.
Su lema, María se levantó y partió sin demora, anuncia el sentido de este encuentro: que los jóvenes creyentes del mundo entero se abran, salgan al encuentro de aquellos que no lo son.
Pero no con fines proselitistas, ni con cálculos matemáticos para presumir de grandes conquistas, sino para compartir, simplemente, la propia vivencia de fe, sus experiencias de encuentro con Dios.
Las escenas del evento nos muestran que todavía hay muchos chavos y chavas que creen.