Un Mundo Mejor (México, 2023)
En la película Un Mundo Mejor, conocemos a Víctor (Raul Briones) encerrado en un mundo tóxico, luego de una fuerte experiencia de violencia donde fue secuestrado y ahora vive sus días exiliado en los EUA alejado de todo, pero siempre con la vivencia en primer plano, día y noche.
Hasta que un día conoce a Santiago (Mateo Diaz), su vecino de siete años con el que juntos lograrán una especie de común acuerdo, ayuda mutua y una bocanada de aire fresco en sus vidas.
Janett Juárez como realizadora, trabajando su propio guion coloca sobre la pantalla la triste vida de Víctor, afectada de inicio a fin por la tremenda experiencia que le ha dejado cicatrices por muchos lados.
El secuestro le ha creado agorafobia donde no puede poner un pie fuera de las cuatro paredes que lo rodean y de paso un trastorno obsesivo-compulsivo.
Eso se va acentuando y somos testigos de como Víctor no tiene ni un gramo de ganas de mejorar, en una relación tóxica con sus males y su status quo es de rutinas que para cuando lo conocemos son ya enfermizas.
La presencia de Santiago en la trama es la fuerza que irrumpe a destruir todo, sacar fuera de su zona de no-confort a Víctor y que él se de cuenta de una vez por todas de lo mal que está y que sí, la gente que lo rodea lo quiere ayudar, pero él está a gusto en su cueva claustrofóbica a la que no se puede llamar “hogar”.
Es la línea de historias en el cine, del niño que entra como una fuerza apocalíptica (en el sentido de conocimiento y revelación), muy ad hoc a Un Gran Chico (About a Boy, 2002) o Un Santa no tan Santo (Bad Santa, 2003) donde el balance enfermizo del adulto cambia a un desbalance total y no queda mas remedio que buscar, a la fuerza, por donde se comenzará de cero.
Cuándo y cómo se dará el primer paso a un nuevo inicio y todo esto llegará a suceder de la forma menos esperada.
Y sí, en esos momentos de risa irónica, Víctor confronta como el objeto inamovible que es, al objeto imparable que es Santiago con todo y escena al estilo de El Tío Buck (Uncle Buck, 1989) cuando choca por primera vez con su sobrino (Macaulay Culkin) y los resultados son qué efectivamente, Víctor no es un vampiro… no lo es, simplemente es un ser humano que está sufriendo mucho.
La directora Juárez maneja de forma paulatina la trama, lenta al inicio y de cómo vive su personaje, que lo mueve y que lo tiene anclado en el sufrimiento por opción propia.
Cómo está encerrado tras alarmas y candados, aferrado a su mantra de “tres tristes tigres” que sólo lo cicla más en su círculo vicioso, viviendo en fatalismo absoluto, rendido al probable fin que le tiene en mano el destino.
Me incomodó la trama planteada de forma eventual, momentos que hay veces que no se desarrollan sino se cortan “y lo que sigue” como cuando Santiago sufre un accidente y se edita a Santiago en la ambulancia sin saber cómo le hizo Víctor, siendo lo que es hacer la llamada al 911 y pedir que lleguen extraños, siendo un menor la obvia participación de la policía, etc… curiosidad de cómo hubiera vivido Víctor esa etapa de irrupción en su universo de cuatro paredes.
Pero son clichés mínimos de receta de cocina, como el tratamiento del psicoanalista que por video-llamada y con una frialdad increíble quiere arreglar todo, pero cae la clásica “pues ya se acabó la sesión”.
Me gustó la dinámica inclusive dentro de las cuatro paredes de ambos personajes sin caer en los lugares comunes de que uno de repente dice “muy teatral” y no lo es.
Y la película se acaba dónde debe acabarse porque estaba tendiendo a agotar sus temas y comenzar a repetirse, regresar al inicio y hacerla tediosa.
La lección es simple, basta con que uno de un paso, de convicción propia para que luego vengan los demás, por si solos.