"Uno no se muere cuando quiere, sino cuando puede"
Les platico este fragmento de una conversación real entre Jorge Luis Borges y Juan Rulfo; es una joya.
El texto se me atravesó al final de un día fragoroso, lluvioso y tormentoso, inusual para ser abril en Monterrey.
Primero, algo difícil de creer pero que si lo cuento es porque sigo sorprendido.
Lo escribo porque si no lo hago va a terminar de consumirme por dentro. ¡Arre!
Anoche vino a visitarme mi mamá. La sentí sorprendentemente real, tanto que de dormido que estaba, me desperté.
No es raro que despierte de madrugada.
DETONA es una fábrica de satisfacciones pero a la par me roba el sueño y también la tranquilidad de una manera brutal.
Paradógica e injustamente, quienes más cerca tengo e incluso quienes se rozan conmigo en el frenesí de mi trabajo, son los que más resienten mi errático comportamiento.
Tomemos esto como una confesión de Viernes Santo y por ser hoy el único día de todo el año en que los sacerdotes no dan la bendición, me voy a quedar sin ella, sin la bendición.
Entonces...
Anoche vino a visitarme mi mamá.
La sentí clarito acariciándome la cabeza y de una manera inexplicable porque ella estaba de pie y yo acostado, me abrazó.
Y al hacerlo me dijo: "eres huérfano en esta vida, pero en la que yo me encuentro, no".
Doña Gloria tuvo el atrevimiento de morirse sin mi consentimiento.
Poquito antes mi papá y después de ella, Willy, a sus apenas 47 años, mi hermano menor.
Entonces, el caso es que soy huérfano por todos lados; créanme, por todos lados...
Ultimamente pienso mucho en las palabras del Coronel Aureliano Buendía.
Y para inquietarme más, lean ustedes la forma en que Juan Rulfo cerró esta conversación con Jorge Luis Borges:
- RULFO: Maestro, soy yo, Rulfo. Qué bueno que ya llegó. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos.
- BORGES: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver a un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges y menos "maestro", dígame Jorge Luis.
- RULFO: Qué amable. Usted dígame entonces Juan.
- BORGES: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones.
- RULFO: No, eso sí que no. Juan, cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges.
- BORGES: Usted tan atento como siempre. Dígame, ¿cómo ha estado últimamente?
- RULFO: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.
- BORGES: Entonces no le ha ido tan mal.
- RULFO: ¿Cómo así?
- BORGES: Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos inmortales.
- RULFO: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo.
- BORGES: Le voy a confesar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero, era otro secreto. Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala.
-
RULFO: Ahora sí, ya me puedo morir en serio.