Vergüenza
La República se hunde en el caos, en el miedo, en el cinismo.
La corrupción aflora por todos lados. A toda hora.
La fusión descarada de la nueva burocracia con el crimen, el exceso dentro del sistema que alardea de gastos exuberantes; que abraza a los peores del viejo sistema podrido, nos conducen al riesgo de la desintegración.
La censura se extiende por todo el país: de Puebla a Campeche y de Hermosillo a Acapulco.
Y, en medio de todo esto, hay una pasmosa inactividad de la sociedad. Una parálisis.
Peor: una esperanza.
Que desde los Estados Unidos venga la solución.
En política, la peor estrategia es la resignación.
Ya no puedo controlar a mi familia, ni limpiar mi casa. Que lo haga el vecino.
- Aunque hacerlo implique ceder mi autoridad, mi dignidad, mi privacidad.
- Que el rico de la colonia castigue a los chavos.
- Que autorice los gastos de la esposa.
- Y de ahí, lo que usted imagine.
A eso hemos llegado.
Sentada, mayoritariamente en silencio, abrumadoramente estirando la mano, la sociedad espera. ¿Qué?
Un milagro. Una intervención.
Mientras, nos envuelve el reino del sufrimiento.
Nadie se salva.
- Los más necesitados desaparecen, mueren o son esclavizados.
- Los micro emprendedores son sometidos al hierro del pago de piso.
- Los ambulantes tienen que dar parte de su modesto ingreso.
- Ese impuesto encarece los precios de los productos del campo, de los alimentos, del transporte.
Una escalofriante imagen de una maestra jubilada, y taxista por necesidad, rodeada de sicarios y luego muere conmueve hasta que esa imagen es sustituida por una peor.
- Un niño mexicano desaparece cada dos horas, según la ONU.
- La principal causa de muerte de adolescentes de hasta 19 años es el homicidio.
- Diez mujeres mueren al día.
- En un año, se han registrado 1,800 ejecuciones en Sinaloa y casi 1,500 desapariciones.
Y, mientras tanto, no surgen liderazgos emergentes. Tampoco resistencia civil. Desobediencia cívica. Mora de pago de impuestos. Boicots. Paros. Rebeldía.
Surge la peor dictadura: la de la conformidad.
Que otro hable. Que alguien más publique. Que marchen los valientes. Que otro organice la oposición mientras me desahogo en el café, en los chats, o en las redes lamentando que no la hay.
Y surge la esperanza.
Ojalá que Trump haga algo.