Porfirio Muñoz Ledo quería pasar sus últimos años de vida frente al mar, en Puerto Vallarta
Escuchar a Porfirio requería poner mucha atención, no solo por la habitual oscura dicción, sino por la veloz sucesión de ideas.
Fue una charla no solo con el genial político sino entre amigos.
Este es un testimonio personal del almuerzo:
Primero pensó vender su casa en las Lomas y, con una parte de la venta, comprarse un departamento en San Pedro de los Pinos, por la zona de la Nápoles, pero cambió de opinión “con un agujero que se hace aquí”, dijo al señalar el estómago, ante el plan de mudarse de la capital al mar.
Comentó que en la ciudad de México se levantaba oxigenado a 90, 91%, mientras que al nivel del mar alcanzaba 95, 96%.
Recordó que recientemente había estado en Vallarta dos veces y la pasó de maravilla, allá en la playa.
“En principio, me voy a Vallarta a morir”, nos dijo así, de repente, sin más.
¿Por qué escogiste ir a vivir a Vallarta?, le pregunté.
-Mira, por muchas razones, primero es un lugar de mar civilizado. No tiene ninguna enfermedad de mar, no tiene ni mosquitos.
Tiene varias partes: Vallarta, Nuevo Vallarta, Las Chinas, un lugar algo elevado frente al mar. Tengo muchos amigos en Puerto Vallarta y está muy bien comunicado.
Porfirio estaba de muy buen ánimo, quería seguir viajando. Recordó el viaje que hizo a Europa hace un par de años. Visitó en Lisboa la Fundación Mario Soares, extinto presidente de Portugal. “Mi mejor amigo en Europa fue Mario Soares”, comentó.
Porfirio hizo una pausa durante la charla para brindar: “jóvenes, ¡salud!”.
“Viajar es mi sueño”, continuó, “pero se necesita dinero y salud”.
Cambió la conversación de sus proyectos personales a la imprescindible política.
Muñoz Ledo estaba planeando una comida para la siguiente semana con posibles candidatos a la Presidencia como Santiago Creel y Enrique de la Madrid.
También invitaría a columnistas destacados, algunos de los cuales cuestionamos por carecer de ética.
Recordó la inverosímil historia de cuando, en calidad de presidente de la Cámara de Diputados, recibió dos textos distintos del mismo proyecto sexenal del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Uno de Gobernación, “romanticón, bien escrito, pero simplista”, y otro de Hacienda, “serio, mejor hecho”, el cual finalmente resultó aprobado con el apoyo de la oposición.
Habló también de su amistad con Cuauhtémoc Cárdenas a quiendefinió como el líder histórico del movimiento democrático.
“Yo me llevo muy bien con Cuauhtémoc”, dijo.
La presencia del ingeniero en el sepelio de Porfirio refrendó la amistad entre ambos líderes del cambio democrático.
Bueno jovencitos, me voy porque hay que trabajar por la patria.
Antes de despedirse, a Porfirio le llamó la atención una silla. “Es una Savonarola, una silla italiana en forma de tijera”, le dije.
Nos tomamos la foto del recuerdo, Martha sentada en la Savonarola, flanqueada por Porfirio.
Y nos dijimos adiós.
Escribí el siguiente epitafio el 10 de julio en Milenio:
“Porfirio fue un volcán incandescente, lanzó fuego hasta extinguirse. Su lugar en la historia de México ya quedó esculpido para siempre en pétrea lava de las cimas del Valle de Anáhuac”.
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En la anterior columna, Cambio o continuidad en la SRE, cometí el error de confundir a los cancilleres nombrados por Ernesto Zedillo como los de Carlos Salinas de Gortari y omití mencionar a los correspondientes a este sexenio: Fernando Solana Morales, Manuel Camacho Solís y Manuel Tello Macías. Agradezco la aclaración a los atentos lectores y les ofrezco una disculpa.