En los funerales del papa Francisco
El jueves pasado tuve el enorme privilegio de acompañar a la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, como parte de la pequeña comitiva de México, en representación de la presidenta Claudia Sheinbaum, a los actos funerarios para despedir al papa Francisco y darle el pésame a la comunidad católica del mundo.
Aunque sabíamos que estaba delicado de salud, nos sorprendió su partida.
El vuelo fue diferente a los demás, había tristeza en nuestros corazones.
En el avión encontramos a representantes de la iglesia: a cardenales, obispos, seminaristas, gente muy joven que también acudía al Vaticano a dar el último adiós al papa Francisco.
Sin tiempo para adaptarnos al cambio de horarios entre la Ciudad de México y Roma, llegamos a Italia a las 16:00 horas del viernes 25 de abril, para trasladarnos de inmediato a la Basílica de San Pedro.
Quedaban sólo dos horas para asistir al velatorio de cuerpo expuesto del Papa ya que a las 18:00 horas iniciaba la ceremonia del cierre del ataúd.
Llegamos justo a tiempo para que la secretaria de Gobernación encabezara la primera guardia de honor que México ofrecía al papa Francisco, acompañada del embajador de México ante la Santa Sede, Alberto Barranco Chavarría.
El sábado 26 de abril nos dimos cita en la Basílica de San Pedro a las 8:45 horas donde fuimos recibidos por el cardenal Pietro Parolin, quien fuera el secretario de Estado de la Santa Sede y el principal asesor del papa Francisco durante su pontificado.
Muy amable, saludó con afecto a la secretaria Rosa Icela, recordando que coincidieron en Palacio Nacional durante su visita a México en tiempos del presidente Andrés Manuel López Obrador.
El cardenal habló de lo importante que es la virgen de Guadalupe para la iglesia católica.
Parolin expresó su reconocimiento y cariño por México, por su pueblo, por su Gobierno y le envió respetuosos saludos a la presidenta Claudia Sheinbaum.
La organización impecable, casi milimétrica; a pesar de las multitudes, el acomodo, las indicaciones y los detalles logísticos estuvieron a la altura de un Papa muy amado que vivió sin privilegios; que reformó a la iglesia para demostrar al mundo que un líder católico debe ser sepultado como un discípulo de cristo y no como un emperador.
Ante una plaza abarrotada, con todo el orden y un impresionante silencio que impactaba, en presencia de la representación oficial de 164 países con diversas formas de gobierno, así como la asistencia de líderes de 20 iglesias no católicas e invitados especiales, la misa de despedida a quien en vida llevara el nombre de Jorge Mario Bergoglio, inició en punto de las 10:00 horas.
Fue el cardenal decano del Colegio Cardenalicio, Giovanni Bautista Re, el encargado de presidir la misa concelebrada con otros cardenales, de acuerdo con el protocolo de la iglesia debe ser el cardenal más longevo (91 años) quien oficie esta misa en la que se destacó el legado del papa Francisco a la iglesia, su labor como líder humanitario mundial y el trabajó incansable que hizo por los más necesitados.
La secretaria de Gobernación fue ubicada en la zona de los jefes de estado que acudieron a la ceremonia, siendo testigos de un momento histórico para la iglesia católica y el mundo entero, en la plaza, alrededores y en los escenarios oficiales había una mezcla de duelo, lágrimas, aplausos y reconocimiento para el primer pontífice latinoamericano.
El papa Francisco tuvo una despedida llena de jóvenes, a quienes les hablaba en sus discursos de la importancia que representan para el mundo y la iglesia; les recordaba que son una esperanza, los invitaba a ser creativos, a no tener miedo de las cosas grandes y a tener coraje para construir un futuro mejor.
La plaza de San Pedro estaba abarrotada de niños, mujeres y adultos quienes, con profundo respeto, interrumpían para aplaudir fuerte y prolongado al papa Francisco.
Al salir de la ceremonia, los asistentes recibieron un rosario de color blanco.
El cuerpo del papa Francisco fue trasladado en el Papamovil mexicano a la Basílica de Santa María la Mayor, de quien era devoto, donde pidió ser sepultado para que quienes fuera a visitarlo, también visitaran a la virgen, contrario a todos sus antecesores, cuyos restos descansan en la Basílica de San Pedro.