Modernidad, solo una palabra y una llamada de alerta
Si bien es cierto que la tecnología nos ha hecho más eficientes, esto en poco o nada ha cambiado que continuamos nuestra senda depredadora del planeta y de la calidad de vida; romper esa tendencia sí sería modernidad.
Modernidad sería haber conseguido mejorar los lamentables perfiles de la desigualdad y asimetrías en todos los órdenes de nuestras sociedades.
La modernidad, ese torbellino de progreso e innovación que ha redefinido la existencia humana, se nos presenta a menudo como una fuerza intrínsecamente liberadora y beneficiosa.
Nos promete eficiencia, conectividad y una abundancia de opciones sin precedentes.
Sin embargo, detrás de este velo de promesas, se esconde una compleja red de desafíos y consecuencias quizás no intencionales que bien pueden denominarse como las "trampas de la modernidad".
Estas trampas no son meros inconvenientes; son distorsiones fundamentales de nuestra experiencia vital que amenazan con desdibujar el propósito humano, erosionar el bienestar social y, en última instancia, alejarnos de nuestra propia esencia humanista.
La raíz de muchas de estas trampas reside en una profunda desconexión entre la velocidad vertiginosa de nuestra evolución tecnológica y la inherente lentitud de nuestra adaptación social, psicológica y ética(Syvertsen & Elin, 2020).
En un pasado no tan lejano, la vida se estructuraba en torno a "programas de vida" preestablecidos (The Organization of Work in Preindustrial Times, n.d.).
Estos programas, aunque restrictivos, ofrecían una ruta clara y un sentido de pertenencia: educarse para un oficio, formar una familia, criar hijos y asegurar la continuidad del ciclo de mejora general.
Había una coherencia, una simplicidad que, si bien carecía de la "libertad modernista" (libertad sin límite, libertad sin consecuencias), confería seguridad y un propósito compartido.
La identidad se forjaba en el crisol de la comunidad y el rol social adoptado.
Con la llegada de la modernidad tecnológica, la eficiencia se convirtió en el faro guía.
La tecnología nos dotó de la capacidad de hacer más, más rápido, con menos esfuerzo. Pero esta obsesión por la eficiencia no se tradujo en una vida más simple, sino en una complejidad abrumadora (Bain, 1930).
De esta brecha nacen las trampas más insidiosas.
El consumo incesante, por ejemplo, nos arrastra a un ciclo interminable de insatisfacción, alimentado por una publicidad que nos promete la felicidad en la próxima compra.
Este fenómeno, donde la felicidad se asocia con la adquisición material, es una crítica recurrente al consumismo (UPPCS Magazine, 2025).
La conectividad global, irónicamente, ha dado paso a un aislamiento social más profundo, donde la calidad de las relaciones se sacrifica por la cantidad de "conexiones" superficiales en línea (Loneliness NZ, n.d.).
La presión constante por la productividad y la disponibilidad, magnificada por la tecnología, nos ha sumido en un estado de estrés y ansiedad crónica (Number Analytics, 2025a).
Y la sobrecarga de información, la infoxicación, nos abruma, dificultando el discernimiento de la verdad y polarizando nuestras visiones del mundo (Wikipedia, n.d.).
La dependencia tecnológica, además, nos hace vulnerables y nos despoja de habilidades básicas, mientras que la búsqueda de la felicidad instantánea nos aleja de la satisfacción duradera que proviene del propósito y la conexión genuina (Weber, 2025).
Pero quizás la trampa más crítica (hacer porque se puede hacer), es la fragmentación del propósito y la desvalorización de lo pertinente y lo relevante (hooks, 1990).
Cuando los programas de vida se desvanecen, emerge una libertad de elección que, sin guía, paradójicamente se vuelve paralizante.
La sociedad moderna nos exige ser arquitectos constantes de nuestra propia identidad, sin darnos las herramientas para manejar la complejidad de los "futuribles".
Aquí es donde la educación se encuentra en una encrucijada.
De ser programática y orientada a roles definidos, ha mutado en un "paquete" liberal y autodirigido (EBSCO Research Starters, n.d.).
Donde cada joven, basándose en intereses inmediatos, "autodetermina su futuro" sin la preparación y experiencia para discernir lo verdaderamente relevante a largo plazo.
La ausencia de un marco claro de relevancia no solo diluye el valor de lo que se aprende, sino que también deja a las nuevas generaciones sin una brújula para navegar un mundo complejo.
Este vacío en la pertinencia y la relevancia tiene consecuencias directas y alarmantes, especialmente en el ámbito de la reproducción social y el futuro demográfico.
La familia nuclear, antaño un pilar inamovible y socialmente valorado, hoy es una opción más entre muchas.
Las Políticas de población ahora privilegian la migración y los incentivos para aumentar la fertilidad han sido abandonados (Number Analytics, 2025b, United Nations (2025). World Fertility 2024.
UN DESA/POP/2024/TR/NO.11. New York: United Nations.).
Esto nos está llevando, por ejemplo, hacia la peligrosa trampa de las sociedades envejecidas, un declive demográfico que amenaza la sostenibilidad de nuestros sistemas de bienestar, la innovación y la vitalidad de las sociedades.
Aquí, la visión de que "todo es igualmente válido y valioso", si bien empodera al individuo, puede desdibujar la importancia de lo que es vital para la supervivencia y prosperidad colectiva.
La urgencia de esta situación nos lleva a la necesidad de equipar a los individuos con nuevas herramientas y habilidades.
Si los programas de vida no nos guían, debemos desarrollar competencias que nos permitan navegar y, crucialmente, dar forma a la modernidad.
Hemos propuesto siete habilidades fundamentales que actúan como un "kit de supervivencia" para el siglo XXI (EBSCO Research Starters, n.d.):
- Manejo de la Interrelación (Pensamiento Sistémico): Para comprender las complejas interconexiones entre personas, ideas y sistemas.
- Pensar Complejo: Para abrazar la ambigüedad y la incertidumbre, evitando soluciones simplistas a problemas multifacéticos complejos.
- Análisis Crítico: Para discernir la verdad en un mar de información y resistir la manipulación, formando opiniones fundamentadas.
- Métodos de Pensamiento (Metacognición): Para entender cómo pensamos y adaptar diferentes enfoques para la resolución de problemas.
- Análisis Lógico y de Contextos: Para razonar coherentemente y comprender el entorno específico de cada situación, evitando juicios erróneos y sesgados.
- Ética Consecuencial y Libertad de Pensamiento: Para evaluar las acciones por sus resultados esperados y actuar según convicciones propias, incluso si son impopulares.
- Análisis de Riesgos Humanísticos: Para anticipar cómo las decisiones y tecnologías afectan el bienestar humano, la cohesión social y la dignidad, asegurando que el progreso no deshumanice.
No obstante, un verdadero obstáculo para la implementación de estas soluciones no yace en la falta de conocimiento, sino en el poder de dos grandes polos: los gobiernos y los feudalismos tecnológicos.
Los gobiernos, atrapados en la inercia burocrática y el miedo al cambio, a menudo reaccionan intentando frenar el progreso o regulando de forma ineficaz, perpetuando un desfase entre la ley y la realidad social (BarRaiser, n.d.).
Por su parte, los "feudalismos tecnológicos" –esas gigantescas corporaciones que controlan gran parte de nuestra infraestructura digital– operan con una lógica de máxima eficiencia y monetización de la atención (TechNewsWorld, 2025; YouTube, 2025).
Diseminan seudo conocimiento sin un sustento de verdad y producen "basura intelectual" que es viral pero irrelevante o dañina, no solo socavan su propio futuro a largo plazo, sino que también empobrecen la capacidad de la humanidad para enfrentar desafíos objetivos y desarrollar un pensamiento crítico (Sustainability Directory, 2025).
Sus algoritmos, optimizados para el engagement, pueden llevarnos a burbujas de filtro y polarización, alejándonos de las realidades que necesitamos abordar.
Es en este punto donde la necesidad de una acción consciente y estructural se vuelve apremiante.
La propuesta de crear parlamentos de libre acceso y opinión en paralelo a las estructuras gubernamentales tradicionales es un paso radical hacia una soberanía ciudadana activa (Morethanprojects ActionAid, n.d.).
Estos parlamentos digitales permitirían un contrapeso instantáneo, una transparencia radical y el aprovechamiento de la inteligencia colectiva para debatir y confrontar las decisiones de poder, no la crítica atomizada como ahora se usan las redes, un escape emocional dentro del anonimato.
Complementario a esto, el establecimiento de un aparato de análisis de riesgos humanísticos tecnológicos es esencial.
Esta entidad multidisciplinaria, independiente de intereses económicos o políticos, evaluaría las implicaciones éticas y sociales a largo plazo de las innovaciones tecnológicas.
Como la alarmante posibilidad de una "eugenesia mental o intelectual" a través de plataformas exclusivas– presentando un "árbol de las posibles líneas evolutivas" y sus consecuencias (Fiveable, n.d.).
Esto no solo anticiparía el daño, sino que forzaría un debate público informado, actuando como un contrapoder al lobbying tecnológico.
Estas estructuras no son meras utopías, sino herramientas indispensables para asegurar que no nos perdamos en el torrente de la información y el eficientismo desmedido. Representan la posibilidad de un control consciente sobre el rumbo de la modernidad.
Al lograr implementarlas, empoderaremos a cada persona para que pueda construir su propio plan de vida y carrera no en un vacío de incertidumbre, sino con la autonomía.
La sabiduría y la pertinencia que provienen de una sociedad que valora la verdad, la ética y el bienestar humano por encima de todo.