Peso Pluma, fama y el envilecimiento de nuestra vida pública

Alberto Martínez DETONA: Lo cuestionable sobre las amenazas hacia Peso Pluma radica en el momento tan frágil que vivimos como país.

El afán por destacar, por ser objeto de admiración y veneración son condiciones humanas que nos acompañan a todos. Antes, este afán por la relevancia y la fama derivaba del esfuerzo, de explotar un talento, de ser extraordinario en algún aspecto de la vida dentro de lo ordinario, y sobre todo buscar el éxito sumado con un poco de suerte, estar en el momento adecuado, haciendo lo adecuado.

Hoy, con la aparición de las redes sociales en donde se presume un hábito de vida, una ilusión, una frágil, efímera y no pocas veces inexistente felicidad y paz; ha hecho de este anhelo una aspiración y hasta una evasión y negación de nuestra propia realidad.

En días recientes, ha cobrado relevancia las amenazas de muerte contra Peso Pluma: un joven cantante popular cuyas creaciones reflejan una visión del mundo de los jóvenes en la actualidad; no se trata de generalizar, ni de culpabilizar al personaje público.

 

Por el contrario, se trata de poner en discusión y revisión cuáles son los factores que permiten la irrupción y relevancia de un personaje del cual puede cuestionarse la calidad de sus creaciones artísticas.

Hace algunas semanas, un periódico de circulación nacional publicó un amplio reportaje sobre la influencia y relevancia cultural que tiene este personaje para ciertos sectores de nuestra juventud.

La revisión y propia aceptación de lo que significa en el imaginario popular un personaje como Peso Pluma, destacaba por un lado el desencanto y la falta de oportunidades para un amplio sector social, que adolece además de oportunidades de desarrollo y ciertos niveles de bienestar.

En este sentido Peso Pluma, al igual que otros artistas como Santa Fe Klan, se unen a los grupos de música regional cuya fama descansa en el apoyo o gusto que guardan los jefes del crimen organizado por estos artistas, ya sea por un genuino gusto artístico; o bien, por alguna coincidencia o amistad entre estos personajes, lo que deriva en el financiamiento o presiones (extorsiones) a disqueras o promotores artísticos para lograr el éxito de estos artistas.

Esta situación no es nueva: desde los años setenta grupos como los Tigres del Norte, los Cadetes de Linares, o más recientemente en los ochentas con Chalino Sánchez o en noventas con los Tucanes de Tijuana, sin contar la gran cantidad de grupos de banda que tienen una fama efímera y cuyo éxito tiene asideros en la influencia del crimen organizado, revela más bien un envilecimiento de nuestra vida social y pública.

Poco a poco hemos normalizado conductas cuestionables y donde ciertos patrones van determinando el éxito y la relevancia de sujetos que, al adolecer de oportunidades educativas o de empleo; o bien, de factores sociales disfuncionales, encuentran en la asociación con el crimen organizado una ruta para satisfacer relevancia pública.

Lo cuestionable sobre las amenazas que ha recibido Peso Pluma, no radica en la calidad de su propuesta musical, sino en el momento tan frágil que vivimos como país.

Vivimos en un país donde, por temas de seguridad, la libre presentación de espectáculos ya no es posible en ciertos estados, y en donde el crimen organizado está poniendo las reglas de la convivencia social.

Alberto Martínez Romero

Licenciado en Periodismo y Comunicación Colectiva por la UNAM. Tiene un MBA por la Universidad Tec Milenio y cuenta con dos especialidades, en Mercadotecnia y en periodismo de investigación por el Tec de Monterrey. Tiene diversas diplomaturas en Habilidades Gerenciales por la Universidad Iberoamericana y se ha especializado en Relaciones Públicas y Atención de Crisis en Comunicación. Ha sido reportero y editor en medios como Reforma y El Universal. Fue corresponsal en Centroamérica para Reforma y Notimex. Colaboró en la realización del libro “La Huelga del Fin del Mundo”, de Hortensia Moreno y Carlos Amador, primer libro que se escribió sobre la huelga estudiantil de 10 meses en la UNAM en 1999.