Pornografía de la pobreza

Hiper realidad nos domina.

Habitamos un mundo de imágenes, símbolos y un permanente e intenso contexto de demanda y sobre oferta de información.

Puede decirse en término teóricos que vivimos una hiper realidad, donde dejamos influirnos y envolvernos por la constante reiteración de imágenes y mensajes que pretenden determinar, con cierto grado de éxito, nuestros hábitos, deseos y necesidades.

Las redes sociales también permiten servir de cajas de resonancia de las necesidades de apoyo, compromiso con causas sociales y advertir sobre riesgos y oportunidades que alienten una mejor convivencia.

En este sentido, destaca el concepto de pornografía de la pobreza, que alude a la exhibición de imágenes que sobresalen por destacar condiciones de pobreza y marginalidad.

NO TODO ES CUERPO

Al respecto, es necesario acotar que el término de pornografía se asocia a la exhibición de imágenes eróticas y un sobre dimensionamiento y sobre exposición del cuerpo humano, a través del cual se busca generar sensaciones y hasta emociones falsas, provocadas por la sexualización del cuerpo humano.

Dicho concepto comienza a utilizarse para advertir sobre otros fenómenos sociales, al vivir en una sociedad de la economía de la información, donde las imágenes tienen un poder más persuasivo y muchas veces alteran y modifican información y transmiten mensajes que explotan y sobredimensionan situaciones.

Uno de estos fenómenos es el de destacar la desigualdad y pobreza, a través de imágenes, y donde se invita a realizar aportaciones para aliviar las condiciones de vida de sectores sociales específicos.

DISTORSIÓN

En las últimas semanas, diversos portales y talleres de ideas (think tanks), entre los que destacan One o The conversation, sostienen que si bien las campañas de donación y solicitud de apoyos para combatir la pobreza y desigualdad, son actividades encomiables, el abuso de imágenes hiper reales o que destacan de sobre manera sectores sociales aquejados por la pobreza, alteran y trastocan estudios científicos y el correspondiente diseño de herramientas de políticas públicas dirigidas a atender esta condición.

Estos agentes sociales, advierten que estas campañas de apoyo, aportación o de donación, modifican sustantivamente el combate a la pobreza, donde existen diversas aristas que deben ser analizadas.

Por un lado no se preocupan sobre la reproducción de roles de género, donde se destacan que son mujeres solas, las que padecen la pobreza y son las encargadas de realizar tareas de cuidado, sin reparar que para aliviar esta situación se deben generar condiciones estructurales que eviten perpetuar a generaciones futuras en estas condiciones de pobreza.

Asimismo, estas campañas corren el resigo de invisibilizar que no existe una pobreza, sino muchos tipos de pobreza, las cuales deben ser atendidas y corregidas con acciones específicas, por tal motivo, es necesario evitar ideas que generalizan la pobreza y que reducen su alivio o corrección mediante aportaciones que mejorar momentáneamente dicha condición, pero no solucionan de fondo los contextos que la producen.

Debemos atender y entender que estas campañas loables, puede trivializar el combate a la pobreza y reducirla en un show en donde las personas se muestren como paladines y autoridades morales que poco aportan a un mejoramiento de las situaciones que generan estas condiciones de vida.

Alberto Martínez Romero

Licenciado en Periodismo y Comunicación Colectiva por la UNAM. Tiene un MBA por la Universidad Tec Milenio y cuenta con dos especialidades, en Mercadotecnia y en periodismo de investigación por el Tec de Monterrey. Tiene diversas diplomaturas en Habilidades Gerenciales por la Universidad Iberoamericana y se ha especializado en Relaciones Públicas y Atención de Crisis en Comunicación. Ha sido reportero y editor en medios como Reforma y El Universal. Fue corresponsal en Centroamérica para Reforma y Notimex. Colaboró en la realización del libro “La Huelga del Fin del Mundo”, de Hortensia Moreno y Carlos Amador, primer libro que se escribió sobre la huelga estudiantil de 10 meses en la UNAM en 1999.