Visa al paraíso
Al terminar todo será turístico. Cada visitante extranjero, con excepción de quienes recíprocos, no piden salvoconducto para entrar.
México sigue dependiendo de la industria de los salvajes vacacionistas.
Aquellos enloquecidos por el alcohol económico, las mujeres sin tanto problema moral y la facilidad de encontrar substancias de experiencia alucinante.
Le añadimos la belleza de la cultura milenaria de los mayas, los aztecas, incluso hasta de los ladinos tlaxcaltecas.
Cruzar para canadienses y estadunidenses e internarse en el país no les cuesta un centavo. Mientras al mexicano aspiracionista, a quien tiene deseos de shopping mall o visitar a sus familiares, debe pasar por el aro.
Pagar el visado, el filtro de control, no es accesible para la población nacional regular.
Ni aún con el dólar barato. Tampoco las citas están disponibles de una semana a la otra. Hay fila tan diferida como varios meses e incluso al año.
La secretaria de relaciones exteriores debe implementar ese mismo sistema para Norteamérica. Nuestra buena vecindad la medimos con esa medida dolorosa pero necesaria.
A México menos trash y más visitantes de calidad. Somos país cultural. Donde se esconden cientos de forajidos de la justicia estadunidense y algunos del Canadá.
También entre nosotros, sin visado gold, como inversionistas, a la orilla del mar y en ciudades coloniales, los Winter texans o veteranos, se atienden de salud y pasan en nuestro cálido clima, rentando o al comprar residencias.
Con la inauguración del corredor turístico en el sureste, casi al final del sexenio, debemos implementar la visa de turista.
Ya verá como muchos de ellos, los mexicanos extraviados por lo pronto, buscarán renovar su INE.
A los anglos, la cuota de los 130 dlls por diez años, no se vería nada mal.
Golpe de autoridad. Así sabemos quienes entran y salen.
Si en cuenta tomamos la substracción del acervo cultural tangible, la venta en subastas internacionales, de nuestra historia cotidiana.