Alemania, la tentación fascista
El relevo en el Vaticano opacó el otro hecho de trascendencia histórica ocurrido estos días: Friedrich Merz pudo asumir como canciller de Alemania gracias a una mayoría raquítica en el Congreso, luego de fracasar en el primer intento porque 18 parlamentarios de la coalición que lo apoya se negaron a votar por él.
¿Esa es la noticia “histórica”?
Sí, porque a la Cancillería de la principal potencia de Europa ha llegado un líder débil, con respaldo a medias de los tres partidos políticos tradicionales, atado de pies y manos para tomar las medidas que puedan sacar a Alemania del estancamiento económico y alejarlo de la tentación fascista.
El frágil gobierno de Merz tiene como principal opositor al partido Alternativa para Alemania (AfD), antiestablishment, fascista, que ha crecido de manera vertiginosa gracias al descrédito de los partidos tradicionales que no logran controlar la inmigración ni mejorar la economía, que va para su tercer año sin crecer.
Merz ganó las elecciones apoyado por el partido Demócrata Cristiano y su partido hermano en Baviera (Unión Social Cristiana), con una agenda dura contra la migración y propuestas de recorte a programas sociales que lastran la economía alemana.
Su triunfo en las urnas fue estrecho contra el segundo lugar, AfD, por lo que debió hacer alianza con el Partido Socialdemócrata, que es el padre de los programas sociales (demagógicos y electoreros muchos de ellos), y así arañar la mayoría necesaria en el Parlamento (Bundestag) para asumir el cargo de canciller.
La debilidad de Merz le impedirá realizar las reformas necesarias que enciendan otra vez los motores de la economía, y encima tendrá los aranceles de Trump, más la cuantiosa ayuda que se destina Ucrania, y el gasto en defensa que debe multiplicarse.
No hay manera de evitar que la alianza de los partidos tradicionales confirme al electorado lo que le transmite la maquinaria de propaganda del partido fascista (AfD): demócrata cristianos y socialdemócratas no son alternativa de cambio.
O al menos no se ve cómo harán para cerrarle el paso a un partido fascista, anti-Unión Europea, contrario a la defensa de Ucrania, que culpa a los inmigrantes de los males de la población alemana, de forma similar a la retórica de Hitler contra los judíos.
AfD, que en las recientes elecciones contó con el apoyo abierto de Elon Musk y del vicepresidente de Estados Unidos, es un candidato serio a llegar pronto al poder en Alemania.
La Oficina Federal para la Protección de la Constitución (BfV), designó oficialmente al AfD como una “organización extremista de derecha”, con retórica xenófoba y programa que viola principios constitucionales, como la dignidad humana.
Entre sus propuestas está la “remigración” de millones de personas con antecedentes de ser migrantes, incluyendo ciudadanos naturalizados.
Líderes del AfD han minimizado los crímenes del régimen nazi y formulado ácidas críticas a monumentos como el Memorial del Holocausto en Berlín, calificándolo de “monumento de la vergüenza”.
Sostiene AfD que “el islam no pertenece a Alemania” y propone medidas como prohibir el burka y la construcción de nuevos minaretes, para salvar “la identidad nacional”.
El partido niega el cambio climático y se opone a políticas de energía renovable, abogando por el uso continuado de carbón.
Promueve un nacionalismo étnico.
Utiliza el término “volk” (pueblo) con connotaciones excluyentes: sólo los alemanes.
AfD propone la realización de un referéndum para la salida de Alemania de la UE.
En su programa, AfD critica el llamado “Estado profundo” (una supuesta red de funcionarios, jueces, periodistas y políticos), y se propone “limpiar” las instituciones, lo que implica purgas ideológicas.
Para AfD, la Constitución alemana, creada tras la Segunda Guerra Mundial con un fuerte componente antifascista, debe ser reformada o incluso sustituida, porque limita “la soberanía nacional” e “impide proteger la identidad cultural alemana”.
Y el ala más radical (conocida como Der Flügel) plantea abiertamente la “reconstrucción fundamental del Estado alemán” y eliminar lo que llaman el “sistema de partidos de consenso”.
Es decir, el pluralismo político.
Por eso lo acontecido la semana pasada en Alemania, al quedar exhibida la desunión y debilidad de los partidos democráticos, fue trascendente.
Lo reflejó el rictus que endureció el cuello y estiró los labios de la excanciller Ángela Merkel cuando fracasó Merz en la primera votación.