La brújula indispensable: La espiritualidad no es una reliquia, sino el futuro de la humanidad
La esencia misma que podría unificarnos y elevarnos –la espiritualidad– ha sido relegada al ámbito de lo arcaico, descartada como una emoción acientífica o, peor aún, convertida en arma por el dogma.
En estas lìneas se sostiene que una espiritualidad humanista re-adoptada no es meramente una cualidad deseable, sino la brújula indispensable para navegar nuestro futuro compartido, fomentando las convicciones necesarias para superar las fuerzas que amenazan nuestra propia humanidad.
Nuestro viaje comienza recuperando el término"espiritualidad" mismo.
Es hora de desvincularlo de confines religiosos estrechos o misticismos de la Nueva Era y abrazar su esencia: una búsqueda humana fundamental de significado, conexión, propósito y valores trascendentes (Frankl, 1946; Zohar & Marshall, 2000).
A diferencia de otros seres vivos que persisten mediante funciones reactivas, los humanos poseen conciencia, reflexión e intención.
No solo reaccionamos a nuestro entorno; lo moldeamos, a menudo con profundas consecuencias a largo plazo. Esta capacidad única exige un marco guía que se extienda más allá de la mera supervivencia o la acumulación material.
Sin dicho marco, corremos el riesgo de ser increíblemente eficientes en la construcción de futuros incluso contradictorios que, en última instancia, careceràn de un verdadero florecimiento humano.
La creencia generalizada de que el conocimiento racional es intrínsecamente superior a la espiritualidad ha herido profundamente nuestra psique colectiva.
En un mundo que cuantifica, mide y analiza rigurosamente, lo intuitivo, lo emocional y lo profundamente sentido a menudo se descartan como poco fiables o inútiles.
Este reduccionismo científico, si bien invaluable para comprender el mundo físico, deja un vasto vacío en la comprensión de la condición humana (Capra, 1982).
La sabiduría espiritual, lejos de ser irracional, a menudo surge de milenios de experiencia humana colectiva, ofreciendo ideas sobre la naturaleza humana, el sufrimiento y la interconexión que ningún algoritmo puede replicar.
Cuando ignoramos este pozo de conocimiento, empobrecemos nuestra toma de decisiones, especialmente al enfrentar dilemas éticos complejos que trascienden meros puntos de datos.
Nos volvemos muy hábiles para resolver problemas técnicos, pero cada vez más ineptos para abordar las crisis humanas subyacentes que a menudo se revelan.
Consideremos la cruda paradoja que presenciamos habitualmente: la indignación inmediata y generalizada en las redes sociales ante un acto individual de humillación, contrastada con el escalofriante silencio que a menudo sigue a la devastación masiva causada por las bombas en ciudades distantes (Bauman, 2000).
Esta disparidad revela una profunda ruptura en nuestra empatía colectiva, una "ética de lo cercano" que no logra extenderse a lo global o sistémico. ¿Por qué el sufrimiento individual resuena más que la aniquilación colectiva?.
Quizás porque el primero es fácilmente digerible, a menudo presenta villanos y víctimas claros, mientras que el segundo es complejo, difuso y frecuentemente atribuido a geopolíticas nebulosas o fuerzas económicas.
Esa selectividad en nuestra indignación es un síntoma de un vínculo crítico faltante: una conexión trascendente con el otro, una convicción espiritual de que la dignidad de cada ser humano, independientemente de la proximidad o la nacionalidad, es inviolable (Nussbaum, 2006).
Sin esta creencia profundamente arraigada, nuestra capacidad de acción colectiva contra la injusticia a gran escala permanece paralizada.
Las ideas de filósofos como Platón y Heráclito iluminan nuestra situación contemporánea.
La perdurable proposición de Platón sobre la preeminencia de "lo Bueno", existiendo independientemente del decreto divino (Platón, La República), alguna vez ofreció una base para la ética universal. Sin embargo, esta profunda noción se ha reducido a una mera anécdota histórica en nuestra era cínica.
De manera similar, la dialéctica de Heráclito, que postulaba el cambio como la única constante ("Panta rhei"; Heráclito, Fragmentos), ha sido peligrosamente malinterpretada.
En lugar de entenderla como un llamado a navegar el flujo con sabiduría y principios adaptables, a menudo se distorsiona para implicar que la naturaleza dinámica del mundo humano invalida todo precepto espiritual o ético.
Esta lectura errónea alimenta la implacable búsqueda de intereses individuales, reduciendo la espiritualidad a un pasatiempo personal pintoresco en lugar de reconocerla como el único freno posible a la degradación de todo orden humanístico.
Cuando el flujo de la vida se percibe como justificación de un comportamiento egoísta, la sociedad deriva sin rumbo, desvinculada de cualquier ancla moral.
Esto nos lleva a la sombría comprensión de que el poder, en su forma más descarnada, tiene un solo espíritu singular: conquistar y dominar (Nietzsche, 1886; Foucault, 1975).
La historia está repleta de ejemplos de entidades poderosas (estados, corporaciones, ideologías) que priorizan la supremacía sobre el bienestar humano, aprovechan el conflicto para obtener ganancias y suprimen la disidencia.
Esperar que esas mismas fuerzas, a menudo arquitectas del caos, inicien una era de paz y justicia es una falacia profunda. Su lógica operativa es diametralmente opuesta a la libertad, la paz, la armonía y la dignidad que definen un futuro humanista (Teilhard de Chardin, 1955). Si la solución no puede surgir fundamentalmente desde arriba, entonces debe surgir desde abajo.
Aquí radica la profunda importancia de las comunidades –familias, vecindarios, organizaciones de la sociedad civil– como los verdaderos crisoles donde se forjan los marcos éticos y la espiritualidad humanista (Putnam, 2000).
Es dentro de estos espacios donde se aprende la empatía, se transmiten los valores y se cultiva un sentido de responsabilidad compartida.
Para empoderar a estas comunidades, debemos proporcionarles un lenguaje común, un conjunto de principios que trasciendan las diferencias culturales y religiosas, unificándolas bajo un propósito humano compartido.
Es por eso que proponemos "Los Diez Mandamientos de la Humanidad para el Ejercicio del Poder Hacia el Futuro Profundo". Estos no son edictos divinos, sino principios universales aplicables, nacidos de la razón, la empatía y una profunda comprensión de la historia humana.
Están diseñados para actuar como una entramado moral para el ejercicio de todas las formas de poder –político, económico, social, tecnológico, militar.
Al dirigir estos "mandamientos" específicamente a las estructuras de poder, confrontamos directamente el espíritu de dominación generalizado y ofrecemos un plan para su transformación.
Estos mandamientos afirmarían que el poder debe i) servir a la dignidad y el desarrollo humano, ii)actuar con empatía y compasión colectiva, iii) garantizar una libertad genuina para todos, iv) buscar la verdad con transparencia, v) impartir justicia y construir equidad, vi) resolver conflictos a través del diálogo y la paz, vii) proteger el ecosistema planetario, viii) fomentar la cooperación global, ix) asumir la responsabilidad a largo plazo,e, x) inspirar un propósito trascendente y la cohesión social. Representan un cambio radical del poder como un fin en sí mismo a un poder como un medio para el florecimiento humano colectivo.
Sin embargo, la mera articulación de estos principios es insuficiente, para imbuirlos de convicción y darles fuerza, necesitamos un mecanismo que opere fuera de los marcos comprometidos de la gobernanza tradicional.
Esto exige un "Tribunal de lo Humano". A diferencia de las Naciones Unidas, que siguen siendo susceptibles a la corrupción ideológica y al poder de veto de los estados, este Tribunal sería una vasta, integrada y abierta red de humanistas en todo el mundo. Su autoridad sería puramente moral, pero profundamente influyente.
Este Tribunal desarrollaría indicadores apropiados para identificar y condenar inmediatamente cualquier acción o política que amenace el humanismo.
Sus pronunciamientos no serían veredictos legales, sino juicios éticos con el poder de galvanizar la opinión pública mundial.
Declararía inequívocamente que no hay "guerras justas", ni "libertad absoluta para defenderse" a costa de vidas inocentes, y ninguna tolerancia para el poder que subyuga en lugar de servir.
Su fuerza radicaría en su independencia, su legitimidad derivada del consenso humanista global y su capacidad para movilizar acciones colectivas desde la base.
El desafío de establecer una red así es inmenso y requiere superar la apatía, la desinformación y las divisiones profundamente arraigadas.
Sin embargo, en nuestro mundo interconectado, donde la información se propaga instantáneamente y la conciencia colectiva puede despertarse, la visión de un "Tribunal de lo Humano" como un faro moral constante contra la inhumanidad no es una fantasía utópica, sino una aspiración necesaria para nuestro futuro.
En última instancia, la elección que tenemos ante nosotros es clara: seguir a la deriva, permitiendo que los intereses fragmentados y una comprensión distorsionada del poder dicten nuestra trayectoria, o abrazar conscientemente una espiritualidad humanista como nuestra brújula guía.
Esta brújula, arraigada en la dignidad inherente de cada individuo y animada por un compromiso con el bienestar universal, puede cultivar las convicciones necesarias para transformar nuestro mundo.
Es hora de iniciar estas conversaciones, construir estas redes y exigir que el poder, en todas sus formas, finalmente se incline ante el innegable espíritu de la humanidad.
Nuestro futuro depende de ello.
Referencias
- Bauman, Z. (2000). Liquid Modernity. Polity Press.
- Capra, F. (1982). The Turning Point: Science, Society, and the Rising Culture. Simon and Schuster.
- Foucault, M. (1975). Surveiller et punir: Naissance de la prison. Gallimard. (Trad. española: Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión. Siglo XXI Editores).
- Frankl, V. E. (1946). Man's Search for Meaning. Beacon Press.
- Heráclito. (Fragmentos). En D. Gallop (Ed. & Trad.), Heraclitus: Fragments. University of Toronto Press.
- Nietzsche, F. (1886). Jenseits von Gut und Böse. C. G. Naumann. (Trad. española: Más allá del bien y del mal. Alianza Editorial).
- Nussbaum, M. C. (2006). Frontiers of Justice: Disability, Nationality, Species Membership. Belknap Press of Harvard University Press.
- Platón. (La República). En G. M. A. Grube (Trad.), Plato: Complete Works. Hackett Publishing Company.
- Putnam, R. D. (2000). Bowling Alone: The Collapse and Revival of American Community. Simon & Schuster.
- Teilhard de Chardin, P. (1955). Le Phénomène Humain. Éditions du Seuil. (Trad. española: El fenómeno humano. Taurus).
- Zohar, D., & Marshall, I. (2000). Spiritual Intelligence: The Ultimate Intelligence. Bloomsbury Publishing.