La pobreza de las convicciones políticas
Se adjudica a Frederick Nietzsche el aforisma que refiere a las convicciones como “…un enemigo peor de la verdad, que las propias mentiras”. Cuando las convicciones provienen de creencias, las evidencias no le interesan a nadie, sobre todo en una época cuando las voces más estruendosas y causticas se llevan !la tajada del león! en la convocatoria y la atención de los públicos electorales.
Las creencias son basadas en posiciones subjetivas, muy expuestas al sesgo cuando todo es “fake" y woke” en la comunicación. Las creencias están emparentadas con los deseos, pero no forman convicciones y mucho menos conciencia colectiva respecto a cualquier tema; ahí está, por ejemplo, la siempre polémica tradicional en México sobre cada edición de libros de texto gratuitos.
Qué fácil es ganar relevancia política en nuestro país, con tan poca reflexión, los mexicanos recurrimos al maniqueísmo que todo lo simplifica; los candidatos solo deben parecer rupturistas en comparación con los ocupantes del poder, sin tener que evidenciar la verdad de sus convicciones.
A nadie le importan ya las convicciones políticas; en tanto no se toque la zona de confort de alguno, no hay reclamo y todo termina en que se vayan unos y cualquier otro será mejor.
Así como están las cosas, la democracia, para todo fin práctico, es casino: tómbola, o ahora encuesta.
A fuerza de sostener demasiadas grandes mentiras, ya se nos olvido que no existe neutralidad moral en todo aquello que atañe a nuestra capacidad para convivir en libertad, en paz y con respeto para todos, y la política es la principal de las concepciones culturales que se desarrollaron para ello.
Ya concluyó la primera fase del remedo de elecciones primarias que organizaron los partidos y la Presidencia, cosa que solo sirvió para mostrar con total descaro los afanes manipuladores de la opinión pública.
La parte substantiva del espectáculo lo dieron la propia presidencia, que ilegalmente se metió de lleno en un terreno que no le correspondía, y la senadora Xóchitl Gálvez, que tuvo la muy fácil tarea de operar como contestataria de todos los ex abruptos oficialistas.
La Sra. Sheinbaum y Ebrard desaprovecharon la ocasión de mostrar su valía; que la debe tener; al someterse por completo al mismo guion y gramática que su protector presidencial. Sin arriesgar nada... Otro adjetivo para la democracia, ahora será seudo aleatoria, por aquello del dedo bastante poco aleatorio.
Desde la Revolución Francesa, se ha tratado de ver a la política como un asunto racional, y la realidad es que, en la medida que se incrementa el uso de la mala información, la desinformación, y la insuficiencia informativa, en general el discurso y la acción política giran alrededor de narrativas aspiracionales.
Más que reflejar cuál es el estado del mundo real, pretenden insuflar el emotivismo político.
Todo lo que acabamos de atestiguar en los procesos de selección de candidatos presidenciales, tanto del oficialismo como los supuestos opositores, no va sino en el sentido de expresar representaciones emotivas, que bien poco tienen que ver con la formación de convicciones y retratan, en una manera muy realista, la pobreza con la manejamos nuestros juicios políticos en la política contemporánea.
Vivimos el momento de la proclama y el manifiesto, cuyos propósitos son siempre crear una atmósfera acorde con los propósitos de grupos de y en el poder, pero no sujetos a limitaciones impuestas por alguna moralidad política, inspirada en los hechos.
Por supuesto que andar en bicicleta y vestir ropa tradicional y que te gusten los tacos y el beisbol, así como usar un lenguaje procaz y usar botas vaqueras no indica ningún tipo de convicción política: son distractores que buscan precisamente no revelar estas últimas.
Todo es una “semiosfera” toxica que siempre nos ha llevado a votar mal.
Vivimos en una extraña condición, suspendidos entre dos historias: Añoramos el pasado tutelaje de un presidencialismo casi dictatorial pero que nos hizo sentir poco responsables de los problemas, y al mismo tiempo, diariamente escribimos la otra historia de rechazo del presente, ese por el que votamos y cada día odiamos más, pero nos alivia tener a algún personaje para sacrificar.
Sin convicciones es imposible el dialogo y el debate reflexivos.
Si solo buscamos la antípoda de López Obrador, eso solo demostraría que tenemos muy débiles nuestras convicciones de lo deseable para el futuro, y que además aprendemos casi nada de nuestros errores.
El país, en términos económicos, está de nuevo "colgado de alfileres", la civilidad está en riesgo de perderse, los espacios están siendo ocupados por la violencia... ¿Y continuamos esperando por símbolos fatuos que dibujen lo que signifique la diferencia?