Madre hay una sola

Siempre me han encantado los tangos, aunque en muchos de ellos se refleja el dolor del engaño, pero sobre todo hay uno que destaca a unas personas esenciales para tener una vida familiar plena en nuestras comunidades. Esta poesía-tango no dice:

"Pagando antiguas locuras y ahogando mi triste queja, volví a buscar en la vieja, aquellas hondas ternuras que abandonadas dejé". Pero observen lo que menciona el autor del modo de actuar la madre al recibir a su hijo:

"Y al verme nada me dijo de mis torpezas pasadas, sólo palabras dulcificadas de amor por el hijo tan sólo escuché. Besos y amores, amistades, bellas farsas y rosadas ilusiones que en el mundo hay a montones".

En este tango el hijo destaca algo que todos deberíamos de no olvidar: "¡Madre hay una sola!, y aunque un día la olvide, me enseñó al fin la vida que a ese amor hay que volver y que nadie venga a arrancarme del lado de quien me adora de quién con fe se esfuerza por consolarme de mi pasado dolor".

Finalmente terminan diciéndonos: "Las tentaciones son vanas para burlar su cariño. Para ella soy siempre un niño. Benditas sus canas, bendito su amor".
Desde luego, estimado lector, el más terrible olvido es no dedicarles tiempo a las personas que son importantes para usted.

No le vaya a pasar lo que a aquel señor que en su lecho de muerte, solo y olvidado por los suyos, dejó escrita la siguiente carta, tipo postumba, a su amigo más querido a quien ya hacía tiempo había abandonado, La cual se inicia diciendo:

"Querido amigo: Te escribo porque tengo necesidad de decirte algunas cosas de mi vida que me pesan profundamente y que solamente tú puedes comprender.  No tuve tiempo para escucharte, mucho menos para merecer tu amistad. Sé que me buscaste más de una vez, que tenías necesidad de que te escuchara y esperabas mi comprensión y consuelo; pero la verdad mi tiempo lo dediqué solamente a aquéllos que me dejaban dinero.

Te confieso que me siento solo y que he comprendido que únicamente lo barato se compra con dinero, que un amigo sincero no tiene precio.

No tuve tiempo para amar a mis padres, aquellos ancianos que dieron la vida por mí, aquel hombre que puso todo su esfuerzo para forjar en mí un ser de provecho y aquella mujer que tejía mi alma con su ternura y paciencia, que cuidó de mí hasta el fin de sus días y que siempre me concedió su comprensión y su perdón. Ahora que soy padre comprendo que el amor es, en esencia, paciencia y capacidad de perdón. Cuánto me toleraron, pude haberles dado un poco más de mi tiempo y de mi cariño en su soledad.

No tuve tiempo para estar cerca de mi hermano. No tuve tiempo para amar a mi pareja, cuya ofrenda de adolescencia fueron su juventud y sus ilusiones. No tuve tiempo para amar a mi nación, a mi tierra a la que pertenezco, lugar de oportunidades, de realizaciones, origen de mis hijos y de mi hogar. 

No he tenido tiempo para amar a mis hijos. Estuve siempre tan atareado en cosas tan importantes como el trabajo, la televisión, las reuniones sociales y muchas ocupaciones que los pequeños no entendían. Les debo las caricias que siembran la generosidad en el corazón de los niños, el escucharles para que sientan la dulzura de la compañía, una sonrisa para que sepan reír a la vida. No tuve tiempo de verlos crecer, pues yo justificaba mi ausencia por su bien, tenía tanto trabajo que me olvidé de forjarles para una vida superior.

Y ahora que tengo un poco de tiempo para reflexionar me doy cuenta de que ya es muy tarde  para cambiar, les pido perdón a todos".

Espero que usted nunca tenga que escribir una carta así.

Ramón de la Peña

Fue Rector del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Campus Monterrey, también Rector del Sistema Centro de Estudios Universitarios (CEU). Actualmente es el Director General del Instituto Estatal de las Personas Adultas Mayores.