Votos, reglas, filtros
La democracia es un sistema muy frágil, y por eso los griegos la veían como un mal sistema político.
Cuando se llega al poder con el voto de las mayorías, llega quien les habla más bonito, quien más promete. Para evitarlo, es necesario construir contrapesos al poder, que, por definición, no pueden ser elegidos por mayoría.
Si lo fuesen, regresaríamos al punto de partida, que es la tumba de la democracia: la demagogia.
Pero los contrapesos se construyen con acuerdos, con reglas cuyo cumplimiento depende de la voluntad de los participantes.
En consecuencia, son frágiles,basta que alguien no esté dispuesto a cumplirlas para que dejen de funcionar, esto obliga a tener un elemento adicional que impida que ese tipo de personas pueda llegar al poder.
Las democracias modernas, que también llamamos liberales, resultan de esta construcción de tres partes: el voto de las mayorías, las reglas con base en acuerdos y los filtros a la participación política.
El voto permite elegir entre unas pocas personas, que ya han sido filtradas y que saben que deben someterse a las reglas que están definidas en la Constitución y las leyes.
El filtrado es lo que da el carácter de República, aunque en teoría cualquiera podría llegar al poder, en realidad esto no ocurre con frecuencia, porque si llega alguien dispuesto a no cumplir las reglas, toda la construcción se derrumba.
Los filtros son aristocráticos: partidos políticos, medios de comunicación, academia y opinadores, organizaciones sociales (empresarios, trabajadores, etc.).
En cada grupo, por méritos que son intrínsecos a él, los dirigentes vetan la participación política, defendiendo sus intereses.
El equilibrio entre esos grupos termina siendo la esencia de la democracia liberal, que se refrenda en las elecciones y que modifica con lentitud las reglas.
Eso es lo que se está viniendo abajo.
Los filtros no hicieron su trabajo y llevaron al poder a personas dispuestas a romper las reglas. Entonces se hizo evidente que esas reglas no tienen dientes.
En el caso de México, es muy claro que algunos de los grupos mencionados tienen una escala de méritos que se construyó bajo un régimen autoritario, y la defensa de sus intereses implicaba el regreso a él.
Son los damnificados de las reformas estructurales, que se organizaron para impulsar a un candidato que les devolviera sus rentas. Si a cambio ese personaje destruía la democracia, les tenía sin cuidado.
En Estados Unidos, los filtros se dividieron.
Las nuevas tecnologías comunicacionales favorecieron el desarrollo de políticas identitarias que convirtieron a los medios y la academia, y poco después a organizaciones sociales y partidos, en instrumentos de batalla para imponer una visión revanchista disfrazada de moral.
La respuesta al interior de esos mismos grupos provocó que no hubiese ya forma de filtrar. El candidato que habla bonito para la mitad de los votantes está dispuesto a romper todas las reglas.
Lo está haciendo; y ahora ellos también descubren que sus reglas no tienen dientes.
A nivel global, el derrumbe de las reglas implica el ascenso de los regímenes autoritarios.
A pesar de su gran debilidad, Rusia y China tienen ahora un espacio abierto. Si Irán no pudo sumarse, es porque otro demagogo renuente a las reglas atacó primero.
La mayor amenaza para Occidente está en su interior.
Políticos venales que sacrifican a sus países para alimentar su ego; magnates cuya obsesión por el dinero les impide la empatía.
Jóvenes ignorantes que creen elevar su categoría moral atacando la única cultura con derechos humanos universales; intelectuales que buscan reconocimiento en los tres grupos anteriores a costa de la honestidad.