El vértigo del paraíso
El índice de progreso social e ingresos rebasa a algunos países centroamericanos.
Con excepción de Panamá, territorio de blanqueamiento de los ultramillonarios.
En San Pedro, sus habitantes escandalizan cuando el drenaje colapsa y lanza aguas negras, sus desechos humanos invisibles y carentes a aroma Dolce Gabana.
Les importa llevar férreo control de visitantes y de quienes están al servicio en sus mansiones museos.
San Pedro se maneja como feudo de unos cuantos.
Lo llevan en el apellido, en la sangre y con la venia papal, en las uniones incestuosas.
El municipio más poderoso de México se puede manejar a distancia.
En una casa en Woodlands, frente a la playa de Miami, mientras se esquía en Vail Colorado.
A los sampetrinos les horroriza el tráfico en la ciudad de Monterrey. El índice de violencia. La suciedad de las calles o la polución de los cielos.
Tan acostumbrados a los desmanes de los osos de la Sierra Madre o a los arrancones del Grillo Sada por Vasconcelos, a quien le perdonan y la aplauden cada una de sus ocurrencias rehabilitadoras.
A quien no le van a perdonar nada es a Miguel Treviño, su mayor, su alcalde. Incluyendo las medidas de expropiación o los malos elementos policiacos al servicio del crimen organizado.
Los secuestradores de la tranquilidad en el vértigo del paraíso.