Y tú ¿de quién eres?

He sido "escritora de clóset"... hasta hoy, que salgo a la luz pública gracias a la invitación de Plácido Garza. Aquí va mi primera detonación.

Contexto:

Abrí los ojos a las 5 de la mañana y la inercia me hizo buscar a tientas el celular entre las sábanas.

Lo tomé en mis manos y cuando vi la pantalla con los ojos entrecerrados me di cuenta de que tenía una llamada perdida  a la 1 am, de mi hermano…mi hermano.

Una llamada de él es rara, pero a esa hora solo significaba que algo andaba realmente mal.

Vi la fecha y recordé otro mensaje que recibí una madrugada, hace exactamente seis años: 9 de febrero, fue imposible no pensar lo peor.

Abrí los mensajes y ahí estaba: El Tío Meme murió

“A la madre”, pensé y creo que lo dije.

Me salió del alma y volví a sentir eso que se siente cuando sabes que alguien a quien quieres ya no estará más.

No dramatizaré. Hace años que no convivíamos, pero realmente era un personaje significativo en mi vida… dicen que infancia es destino, y él estuvo siempre en la mía.

Cuando lo recordaba venían anécdotas de mi niñez, de simplezas de la vida, de momentos felices sin más.

Hoy ya no está. Mucho tiempo le comentó a mi madre la posibilidad de recibirnos en su casa y conocer a sus sobrinos-nietos.

Nunca fue así, el tiempo no nos alcanzó

No había nada que nos uniera, más que los recuerdos.

Y entonces lo pensé… o más bien lo sentí: tengo que empezar a escribir las memorias de la familia antes de que se me olviden o que se muera alguien más.

Tanto él como mi amada hada madrina murieron sin saber que han sido inspiración para mi escritura, pero bueno, creo que ahora ya lo saben.

Con este contexto, aquí va la primera de tantas historias:

Y tú ¿de quién eres? (Presentación)

Por Ely Trejo

Llegamos como a media noche…o al menos eso creí.

Algunos iban dormidos, y otros como yo, íbamos hechos bolita, envueltos en cobertores o chamarras para mitigar el frío, que arreciaba más conforme nos acercábamos a  nuestro destino.

Di gracias a Dios de que haya terminado la travesía. Seis horas atrás me subí a la camioneta persignándome con la mano derecha y agarrando mi medallita de la Virgen de San Juan de los Lagos con la izquierda.

Y es que esa camioneta siempre me dio pavor.

Era tan vieja que había un punto en el suelo en el que podías ver la carretera volando bajo tus pies.

Yo preferí taparlo el hoyito con la mochila que me dio mi madre con la ropa para el fin de semana y así evitar los nervios.

Eso si, “La Aguantadora” le hacía honor a su nombre: con el paso de los años recorrió ríos, pueblos, montes y nunca nos dejó.

Mi madre solía pedir a su hermano, el tío Meme y a su esposa, que nos incluyeran a mi hermana y a mí en sus famosas excursiones familiares de fin de semana, mientras ella y mi padre atendían el negocio.

Te subías a “La Aguantadora” sin saber su destino… a veces nos llevaban a nadar al río, otras a comer a la carretera, pero eso si, a donde nos llevara, el resultado de esos viajes siempre fue el mismo: mucha diversión, aventuras de vida o muerte (literal) y muchas anécdotas qué contar.

Aquella ocasión era especial, nos llevaba a conocer a la familia de Zacatecas, aquellos familiares que, renuentes a buscar fortuna en Monterrey como mis abuelos, se habían quedado en su lugar de origen.

“Es importante conocer de dónde venimos”, dijo el tío, que acostumbraba visitar a la familia y en consecuencia, tenía puertas abiertas en todas partes.

Luego de horas de traqueteo en la vieja camioneta, historias de terror de los primos y corridos de Ramón Ayala, al fin llegamos.

"Bajen de una vez", dijo el tío

Abrió el camper y bajamos uno a uno. Algunos se estiraban, otros buscaban urgentemente un baño; yo me bajé sin soltar el cobertor que me había ganado a pulso tras una reta de canicas y respiré por primera vez ese aire que después me parecería tan familiar, ese que congela la nariz de un golpe y es un poco adulzado por un olorcillo a pan recién horneado.

El tío tocó un portón como de unos dos metros y después se escucharon unos pasos lentos.

La puerta crujió al abrirse, mostrándonos el rostro desdentado de una anciana que sonreía como si tuviera todos sus dientes…tenía unos ojos amables y también sonreía con ellos. Nos hizo pasar de inmediato.

Tras de la anciana y mi tío, entró también mi tía y el séquito de primos y nos introdujimos en ese espacio detenido en el tiempo.

Fue tan fascinante para mí que me quedé inmóvil en medio de un salón viendo la escena:

El piso de concreto, paredes interminables, mesas de madera vieja y crujiente, y en una pared, los vestigios de toda una vida de antepasados, fotografías viejas en blanco y negro, en sepia, así como retratos de múltiples bodas que mostraban las modas representativas de cada década; los hippies setentas, los copetes ochenteros, los coloridos noventas y finalmente un marco moderno con fotografías bastante actuales.

Abajo, fotos de tamaño infantil de varios bebés, entre las que creí reconocerme.

Lo dicho, vestigios de una generación completa

Había un viejo reloj de madera en dónde vi la hora y me di cuenta que mi percepción del tiempo iba bastante retrasada: eran ya las 5:30 de la mañana y al parecer en ese lugar ya había amanecido lo suficiente como para desayunar; así lo decían el olor de la leña quemada y el nixtamal de las tortillas, olor que me sacó de mi observación y me dirigió a la cocina, guiada también por los ruidos de los primos peleándose las tortillas recién hechas.

Al tío lo rodeaban dos mujeres: la anciana que nos abrió y otra un poco más joven, actualizándolo de las novedades del pueblo:

  • Que si el primo Régulo se peleó en la boda de Mariano.
  • Que si se murió Constantino y se le apareció a la viuda.
  • Que si la iglesia se quemó por los cuetes del día de resurrección.

Mi tío las escuchaba con una atención que nunca vi que le puso a nadie, con una taza de barro en la mano, llena de café de olla y relamiéndose los bigotes, como saboreando cada palabra de aquellas mujeres.

A cambio, ellas lo trataban como una celebridad, alcanzándole lo que necesitara y cumpliéndole su capricho de ir por el pan recién salido de la panadería de la esquina.

Los demás éramos simples espectadores de aquel diálogo inentendible para nosotros

Yo  escuchaba atenta de  aquellos personajes a quienes les iba poniendo un rostro imaginario en mi mente. 

De pronto, la anciana voltea la mirada y sonriendo se dirige hacia mí:

- Y tú, ¿de quién eres? Me preguntó.

A mis escasos diez años y aleccionada por el catecismo sabatino solo atiné a decir con un tono entre afirmación y pregunta:

-  ¿De Diosito?

La vieja soltó una carcajada.

¡No criatura!…¿que quién te parió?

Volteé a ver a mi tío como preguntando con los ojos: “¿tío, qué es parir?”

Mi tío le respondió sin verme:

- Es de Lourdes.

- ¡Ahh! Luuurdes, como no…¡la hija de Fabián!

- No tía, hija de Efrén, mi papá.

- Aaahh Efrén… ¡sí!, ¿cómo no?...¿ Al que le decían Fabián?

- No tía, le decían Julián. Acuérdese, mi madre es Sara, la hija de Doña Romana.

- Si ya sé…¿crees que estoy vieja o qué?!...¡te estoy tanteando!

Mi tío sonrió y me dijo: “Salude a su tía”.

Ese fin de semana me di cuenta de que había qué aprenderse el sonsonete: era la clave que abría las puertas de esas viejas casonas de adobe y otorgaba acceso ilimitado al queso fresco, agua de la noria, frijoles de olla y tortillas recién hechas.

Era casi un mensaje encriptado…y es que solamente en ese lugar me preguntarían:

- Y tú, ¿de quién eres?

 y yo  respondería:

“Soy Ely Trejo, la de Lourdes, hija de Efrén, al que le decían Julián, el que se casó con Sara, hija de Doña Romana, la hierbera de Cerro Gordo, Zacatecas.”

Y claro, solo ahí me responderían:

- "¡Ah, cómo no! Pásale a la cocina…acabo de hacer unos panes de pulque que ¡uuuuuuy!”

Ely Trejo

Comunicadora enfocada a proyectos comerciales de entretenimiento. Godín, fotógrafa aficionada, observadora apasionada y escritora de clóset.