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Ángel Verdugo o el arte de disentir

Desde años recientes, sigo y escucho los comentarios de Ángel Verdugo cuando tenía sus intervenciones matutinas en Imagen (en el noticiero radial de Pascal Beltrán del Río) y actualmente en su canal de YouTube.

Por supuesto, en la plataforma de Detona.com, particularmente los sabrosos e intensos diálogos entre Ángel y Plácido Garza que disfruto café en mano.

Para mí, la de Verdugo es una voz referente en el universo del periodismo de opinión mexicano y mire que tengo acuerdos y desacuerdos con lo que opina, pero nunca desecho su opinión.

Una voz sonorense, por cierto, cuyo acento, frases y giros coloquiales captura ese ADN compartido que une, y a la vez diferencia, a los norteños en México, de Nuevo León a Sonora.

No hay una sola forma de ser norteño, sino muchas, pero existe una cosa en común al norteñismo: la rebeldía innata ante la autoridad, y la crítica (dura y directa) al poder público, desde tristes diputados hasta señorones gobernadores.

MIS AÑOS DE EDITOR

Como editor de opinión durante años en un prestigiado periódico regiomontano (El Norte), tuve la oportunidad de tratar y conocer de cerca a autores y columnistas de Grupo Reforma en un trato que no tenía nada de fácil ni terso, pero mucho de aprendizaje para mí.

Hablamos de personalidades fuertes, de gente dispuesta a salir al foro de los medios de comunicación a literalmente partírsela con los políticos ofendidos por la crítica y, más duro aún, con la vista afilada de los lectores.

Me hubiera gustado ser editor de Don Ángel y tejer esa fina red que se forma entre autor y editor, pero dado que no lo conozco en lo personal, daré mis comentarios a la distancia:

  • El arte de disentir, contra lo que uno pensaría, no tiene el glamour de una película hollywoodesca (como la saga de Woodward y Bernstein cuando Watergate se hizo leyenda); es más bien un oficio ingrato, con escasas retribuciones emocionales y muchas, pero muchas, penalidades profesionales y personales.
  • Salir a decirle sus verdades al Presidente, al Gobernador, a los tales por cuales diputados y senadores, a los alcaldes de tres pesos, provoca la represalia desde el poder y, quien lo dijera, el distanciamiento con los amigos y la pérdida de compadrazgos y relaciones familiares, por no decir de la chamba y las puertas que se cierran cuando la crítica da en el blanco y el alto funcionario agraviado busca la manera de silenciar esa voz presionando, a su vez, al medio de comunicación para correrlo.
  • Opinar es un ejercicio de valentía, una cruzada solitaria y puede llegar a ser intensamente frustrante (“uno habla y critica y parece que a nadie le importa”, “no me lee ni mi esposa”, son frases que recuerdo de los articulistas). No es territorio para hombres blandos ni espíritus sibaritas. Verdugo lo hace y ya es un hombre maduro que no se cuece al primer hervor, no se arredra.
  • Opinar y disentir desde fuera de la Ciudad de México y el entorno mediático que desde la Capital proyecta su visión “nacional” hacia el resto del país, es casi quedar condenado al ostracismo del alcance regional o local.
  • Desde Ciudad Obregón, Sonora, o desde donde ande, Don Ángel da su opinión (en su “mañanera”) a primera hora de la mañana, participa en Detona.com y otros foros (Desayunando con Alazraki), abre su canal de YouTube a aportaciones y donativos, resiste la andanada de bots y chairos que lo acosan, y (a veces con voz cansada, pero firme) le clava un buen par de banderillas al Presidente López Obrador y a su Cuarta Transformación.
  • En ese sentido, Verdugo rompe la ley no escrita que dice que si no estás en la CDMX no logras proyección nacional e internacional. Gracias por eso.
  • Un paso más allá en el arte de disentir se da cuando la crítica se hace no sólo al poder y la autoridad, sino a quienes se llaman opositores políticos y y a quienes, también desde los medios, ejercen la crítica con una pretensión de poseer el monopolio de la verdad, para usar el viejo cliché.
  • Entender el diálogo como la capacidad de aguantar, comprender y modificar el pensamiento o la conducta propias a partir de una crítica recibida es un nivel más elevado al que no todos los críticos acceden.
  • Otra ley no escrita entre opinadores es que “no se vale que nos critiquemos entre nosotros porque nos dividimos y le hacemos el juego al poder” (una variante del refrán que dice que entre sastres no se cobran las puntadas).
  • ¡Pamplinas!, diría un viejo español que era amigo de mi padre. Claro que “se vale”, es más, es absolutamente necesaria esa “crítica a la crítica” para reflejar la diversidad de pensamientos y posiciones, para sacar a la luz la pluralidad inacabable de opiniones entre los mexicanos y sus acuerdos y desacuerdos.
  • Sin la crítica de la crítica, como lo hace Don Ángel y que le cuesta no pocos enojos, se empobrece todo el ambiente político y languidece el periodismo de opinión.
  • La uniformidad es un veneno, no un paraíso, ¡que viva la diversidad!
  • Decía Rosaura Barahona (en paz descanse), al comentarme sus columnas en El Norte y las respuestas de los lectores, que la gente lee lo que quiere leer, no lo que uno escribe.
  • Si yo pongo “azul”, hay quienes me reclaman, me explicaba Rosaura, que yo haya dicho que es “rojo”, y no hay manera de hacerles cambiar de opinión: ellos ven “rojo” lo que yo escribí “azul”.
  • Con su inteligencia y paciencia de maestra, Rosaura sorteaba ese mar tan picado.
  • Yo supongo que a Verdugo le sucederá algo similar con sus oyentes, al escuchar reclamos sobre por qué dijo tal cosa que en realidad no lo dijo así, sino en sentido opuesto; o al recibir reproches de políticos de muy escaso caletre que ven ofensas e insultos en donde no los hay, pues son incapaces de sostener un diálogo inteligente. Para ellos, lo que Natura no da, Salamanca no presta.
SALUDO A DON ÁNGEL

Bien, pues, a volapié escribo estas notas para saludar a Ángel Verdugo, quien cultiva lo que yo llamo el arte de la disidencia y que bien podríamos llamarlo el arte de la paciencia: no cambiaremos el mundo en una generación, Don Ángel, como pensábamos a los 20 años tiernos (yo tampoco me cuezo al primer hervor) y, sin embargo, no deja usted de dar cada día la batalla y ejercer uno de los dos oficios más viejos del mundo: el periodismo, como ejercicio de la inteligencia, al grito de “¡agárrate Genoveva, que vamos a cabalgar!”

Por ahí lo sigo escuchando, Don Ángel; que no se le canse el caballo.