Desde Paraguay: ¿Coincidencia?
Se preparaban con toga y birrete tanto quienes lo concederían como los candidatos a recibirlo.
Autoridades, ministros, jueces, un gobernador, militares y un clérigo de la iglesia católica aguardaban su turno.
La ceremonia prometía ser un acto de hermandad, de reconocimiento a la trayectoria profesional y al servicio a la comunidad.
Mientras tanto, en otra parte del país se planeaba una captura muy importante, que se ejecutaría pocos días después de la ceremonia.
Un comando policial afinaba los últimos detalles de un operativo delicado.
Las órdenes eran claras: irrumpir en una residencia exclusiva y detener al hombre que encabezaba la organización criminal conocida como La Barredora, ligada al crimen organizado de México.
En el recinto, las palabras fluían con solemnidad.
Alguien destacó la labor del rector: —De manera muy especial, quiero agradecer al Dr. Francisco Chavira, por su visión y por creer en la importancia de reconocer el trabajo y el esfuerzo que se hace en la comunidad.
La educación, la investigación y la cultura se celebraban como armas de transformación.
Fuera de esas paredes, en cambio, las armas eran de fuego.
Con la primera luz del día, la policía irrumpió en el domicilio del capo.
Hubo gritos, golpes contra las puertas de la casa y luego silencio.
El líder criminal, Hernán Bermúdez Requena, apareció esposado y más tarde fue exhibido en los principales medios de comunicación.
Durante la ceremonia, el rector subrayó la importancia de hermanar a los pueblos latinoamericanos desde la academia.
Los discursos hablaban de justicia social, movilidad laboral y resiliencia.
Los rostros mostraban sonrisas, había camaradería, abrazos y emociones compartidas.
Tras la captura, las redes sociales reflejaban otra escena: policías y militares custodiando la operación consumada.
Paraguay mostraba así su rostro implacable frente al crimen organizado.
Fue entonces cuando recordé una cita que había mencionado en la ceremonia, del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos: “El tiempo ha dejado de transcurrir. Estamos en el centro de la historia y el centro de la historia es el silencio.”
Y comprendí que, de alguna manera, estábamos justo allí: en el centro de la historia.
En un mismo escenario —Paraguay— coincidieron dos tiempos distintos, pero igualmente decisivos: uno marcado por la voz de la educación, vibrante y colectiva; el otro, por el silencio y el sigilo de una captura histórica.