De mentiras piadosas a postverdad
Cuando era niña, una maestra nos hablaba de las “mentiras piadosas”. Decía que no eran con mala intención. Mentir para no lastimar a alguien o no meterlo en problemas, podría ser un gesto noble.
Al paso de los años aprendes que las mentiras, por inofensivas que sean, tarde que temprano se descubren. Y lo peor: se pueden hacer costumbre o hasta enfermedad.
Al menos en el ámbito político, cada día se miente con más naturalidad.
Cuántos ejemplos a la mano:
Hace unos días, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, (impulsor del aborto y su financiamiento) después de audiencia con el Papa Francisco, declaró a los medios que el Papa estaba feliz y le dijo que era “un buen católico”.
Aunque el Vaticano no confirmó ni desmintió la declaración, algunos afirmaron que era información sacada de contexto. Como el Arzobispo de San Francisco, quien señaló “la gente muy frecuentemente escucha lo que quiere escuchar”.
Otro ejemplo lo dio el presidente de México.
En su mañanera de hace un par de días, AMLO dijo que el plan de reforestación de la reunión de Cambio Climático COP-26 salió del programa Sembrando Vidas, (gulp); y en la misma mañanera Ana Elizabeth García Vilchis nos regaló una máxima que pasará a la historia: “no es falso, pero no es verdadero”. Así lo dijo al hablar sobre la corrupción.
Pasando a nuestro gobernador Samuel, declaró la semana pasada lo que muchos saben: que el Papa lo invitó al Vaticano tras quedar conmovido por la acción de Mariana en solidaridad con un niño enfermo de cáncer. Finalmente la audiencia se llevó a cabo, pero fue general, no privada y nunca se confirmó si recibió o no invitación directa del Vaticano y con motivo del corte de pelo de su esposa.
Lo anterior y más me hizo regresar al 2016, año catalogado por periodistas y analistas políticos como el año de la postverdad.
El profesor de filosofía de la Universidad de Navarra, Martín Montoya, dijo entonces que "estamos en una época en donde los hechos objetivos son menos influyentes, en la formación de la opinión pública, que la apelación a las emociones y creencias personales".
"Quién desee influir en la opinión pública", explicó, "deberá concentrar sus esfuerzos en la elaboración de discursos fáciles de aceptar, insistir en lo que puede satisfacer los sentimientos y creencias de su audiencia, más que en los hechos reales".
Por su parte, la Sociedad de Lengua Alemana declaró que postfaktisch (postverdad) sería elegida como palabra del año 2016.
Y la directora de The Guardian, Katherine Viner, en su artículo “How technology disrupted the truth”, escribió que detrás de todo esto está la intencionada tersgiversación de los hechos de medios que abogan por una determinada postura ideológica y política o mantener un negocio que vende lo que el público quiere encontrar.
El bombardeo de “fakes news” a través de las redes también se cuestionó.
Desde entonces más escritores y filósofos investigan sobre la era de la postverdad, y la relacionan también con la imposición de la ideología de género, basada en ideas y no en certezas científicas.
Parafraseando al filósofo español, sólo queda decir que aún cuando la postverdad haya llegado a nuestro tiempo con fuerza (dejando atrás a las “mentiras piadosas”), la última palabra la tenemos cada uno de nosotros.