El ocaso del fetiche

¿Saben por qué a López no le gusta la palabra república? Porque no le gusta lo que representa: respeto, unidad, equilibrio de poderes, democracia, libertad.
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México inició el año con una estatua de López Obrador decapitada, el cuerpo descuartizado y tirada en el suelo. Un acto de rebelión simbólica, pero también la representación misma de un país desmembrado por un presidente obsesionado con dar muerte a la república.

¿Quién tiró el monumento? ¿Los adversarios, los traidores o el mismo autócrata? ¿O acaso fue Fuente Ovejuna? Es decir, ese pueblo harto de ser invocado, explotado con fines propagandísticos  y al mismo tiempo engañado y mal tratado.

De cualquier forma la lectura de la imagen es la misma: El derrumbe de un régimen autoritario agotado en el culto a la personalidad de un hombre que, como una lombriz que se fecunda a si misma, sólo sabe mirar para sus adentros. 

Los autores de la “caída” decidieron poner –de manera figurada– punto final a un régimen y con ello dejaron ver, tal vez sin querer, que nadie se indignó por haber quedado el pedestal vacío.

Los únicos que arengaron en contra, fueron los lambiscones de Morena. Nadie dio cuenta de un levantamiento popular, de llantos o gritos de indignación para exigir la restauración de la escultura de un político que sólo las encuestas y los fanáticos de las redes sociales hacen aparecer como un mesías.

López Obrador hubiera preferido que su estatua fuera vandalizada. Así habría tenido pretexto para victimizarse.

Pero el derrumbe es otra cosa y él lo sabe. Caer de un pedestal significa el fin, el rechazo popular a su mandato, el término anticipado de un régimen y el principio de otra cosa.

A la oposición y a los ciudadanos nos toca pensar que vamos a poner en ese pedestal vacío. Cómo vamos a levantar –no un monumento a la tiranía–, sino un país con instituciones justas y democráticas desde donde pueda ser reconstruida la nación.

Aunque, si se trata de construir estatuas habría que levantar el trozo de cuerpo y poner  la cabeza  a un lado de los pies con una placa que diga: “México nunca más debe volver a cometer el error de llevar al poder a un resentido”.

No sería extraño que los artífices del “derrocamiento” sean los decepcionados o los traidores del régimen. Detrás de todo asesinato político hay un caldo de cultivo. El método fraudulento por el cual Morena selecciona hoy a sus candidatos sumado al incumplimiento de promesas a quienes contribuyeron al triunfo de López, ha hecho crecer el ejército de engañados.

¿Engañados? Difícil creer que alguien no pueda distinguir entre una banda de ladrones y un gobierno verdaderamente legítimo.

Sólo el cinismo, la conveniencia o de plano la necesidad puede llevar a alguien a convertirse en candidato o colaborador de un régimen sustentado en la mentira que viola, sin cuartel, el Estado de derecho.

Ahí está como ejemplo la instrucción que dio el titular del Ejecutivo Federal al diputado Sergio Gutiérrez Luna, presidente de la Cámara de Diputados, –y uno de sus principales lacayos–, para denunciar penalmente a los seis consejeros del INE que se atrevieron a suspender el proceso de revocación de mandato por falta de recursos.

El diputado morenista violó la Constitución al hacer de comparsa de otro poder, al representar únicamente el interés de su partido y al no respetar el sentir general de la Cámara. Para decirlo con todas sus letras:

El diputado Gutiérrez Luna aceptó por ordenes del presidente López Obrador hacer las veces de inquisidor de seis consejeros electorales incómodos.

Este hecho no debe quedar así. Es la primera vez que un presidente de la Cámara de Diputados se doblega para convertir el recinto camaral en un tribunal dispuesto a perseguir la disidencia y a quienes se atreven a contradecir las ordenes del presidente.

La debacle del fetiche representa también una transición. López Obrador ha pasado de ser un candidato que ganó con legitimidad popular la presidencia a ser un gobernante ilegítimo.

El tabasqueño es un violador impune de los contrapesos del poder, de las libertades y los derechos humanos.

¿Saben por qué a López no le gusta la palabra república? ¿Saben por qué la eliminó de sus lema y propaganda oficial?

Porque no le gusta lo que representa la palabra: respeto, unidad, equilibrio de poderes, democracia, libertad.

¿Saben por qué ha hablado poco o nada de su estatua derribada? Porque tiene miedo. Los gobernantes que no respetan la ley, que actúan a capricho, arbitrariamente saben que en cualquier momento empezarán a aparecer los fantasmas de la inconformidad.

López le tiene miedo a los consejeros del INE y por eso los manda perseguir penalmente. Le tiene miedo a sus adversarios políticos y por eso usa la Fiscalía para encarcelarlos. Le tiene miedo a las organizaciones ciudadanas y por eso las acosa. Le tiene miedo a la libertad de expresión y por eso reprime a periodistas. Inventa una revocación de mandato para legitimarse porque sabe que ya vive y gobierna en la ilegitimidad.

Para decirlo rápido: ya comenzó la caída… el ocaso del fetiche.
Beatriz Pagés Rebollar

Directora general de la Revista “Siempre”, una de las más influyentes de México, fundada en 1953 por su padre, Don José Pagés Llergo. Ha formado parte de los equipos de Televisa, Canal 11, Multivisión, CNI, Canal 40 y es comentarista política de numerosos medios. En 2019 renunció al PRI, donde militó gran parte de su vida.

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